Medir la pobreza
La pobreza implica privación de dinero, alimentos y posesiones materiales, y se mide con indicadores cuantitativos —estrechamente relacionados entre sí— que expresan distintos grados de pobreza y cuyos puntos de corte varían entre poblaciones con diferentes condiciones geográficas, ecológicas y socioeconómicas. Estos indicadores permiten evaluar la pobreza y las diferentes maneras en las que se expresa, su transformación temporal y sus causas, e identificar a los sectores más afectados.
La pobreza extrema afecta a quienes no disponen de recursos para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación. Se mide bien con indicadores directos o monetarios que definen el mínimo nivel de ingresos que asegura la compra de alimentos esenciales, o bien con indicadores indirectos que evalúan, por ejemplo, el estado nutricional y la mortalidad en menores de cinco años.
La pobreza relativa (o riesgo de pobreza) hace referencia a la imposibilidad de cubrir las necesidades de bienes no nutricionales, evaluándose a través de indicadores complejos que informan sobre carencias materiales severas. Los baremos que miden exclusivamente pobreza monetaria no toman en cuenta otras dimensiones cruciales, como la falta de instrucción, salud, agua o saneamiento, que son muy importantes para comprender la forma en que las poblaciones experimentan la pobreza. Por ello se utilizan indicadores complejos como AROPE o IDH, o IDG, que además de carencias materiales y monetarias integran diferencias en acceso a la enseñanza y salud, o al empleo en función del género.