Tintas rojas (II): escribir con sangre

Tintas rojas (II): escribir con sangre
2003. Foto del «Corán de sangre», Bagdad, Iraq. A finales de los años 90, Saddam Hussein donó sangre durante tres años para escribir las 605 páginas del Corán que fue expuesto en la mezquita «Madre de todas las batallas» de Umm al-Maarik. No es un caso único; la copia de textos sagrados con la sangre de un oferente es una práctica ritual que se asocia con un acto de ascetismo de intenso autosacrificio, atestiguado en diversas culturas. Foto de Scott Peterson (2003) © Getty Images

Tintas rojas (II): escribir con sangre

II Los colores de las tintas

Ninguna otra sustancia ha representado jamás el poder de la vida y la muerte como la sangre. Por ello, sea cual sea la cultura, la sangre es una sustancia que ha tenido y, de hecho, sigue teniendo un innegable valor simbólico y espiritual. Quizá por este motivo las culturas antiguas mantenían una actitud ambivalente hacia ella. La sangre que traspasa los límites naturales del cuerpo era percibida como una forma de peligro social y ritual, pero al tratarse de un líquido vital, al mismo tiempo también era sagrada y capaz de alejar este peligro y la impureza que conlleva. Esto explica, en parte, su empleo en el ámbito ritual de las antiguas culturas del Mediterráneo en ofrendas, aspersiones e, incluso, para escribir textos rituales. De hecho, en la magia greco-egipcia la sangre es un medio de escritura frecuente, sola o como ingrediente de una tinta:

«Para obtener un oráculo, en una hoja de laurel escribe con mirra mezclada con la sangre de uno que haya muerto violentamente.» (GEMF 57 / PGM IV 2210)

En este contexto, la sangre tiene la capacidad de «activar» el texto dotando de poder vital a las palabras, algo que la tinta común no es capaz de hacer.

Sin embargo, hay que ser prudentes cuando se trata del empleo de «sangre» en los rituales, como en los transmitidos en los papiros mágicos greco-egipcios, porque algunas menciones esconden, en realidad, referencias a sustancias completamente diferentes. Un ejemplo es el haima drakónteion, «sangre de serpiente», que, a pesar de su nombre, designaba la sabia roja de ciertas especies vegetales:

«[La Planta-Serpiente o drakónteion] [d]e las semillas aplastadas de esta planta se obtiene (una sustancia) que es denominada “sangre de la planta-serpiente” porque es roja.» (Cyranides 1.4.8)