Tintas rojas (I): los pigmentos minerales

Tintas rojas (I): los pigmentos minerales
Circa 50-40 a.n.e. Colores tóxicos (rojo bermellón) en la villa romana de P. Fannius Synistor, Boscoreale (Campania, Italia). El bermellón era un pigmento muy caro y apreciado por los romanos por su tono intenso y buena capacidad de cobertura. Pero también era muy tóxico; es polvo de cinabrio, mineral con un alto contenido en mercurio. Ajenos a su alta toxicidad, fue profusamente empleado en los rojos de los frescos de Pompeya y las villas romanas, como este mural de la sala H de la Villa de Publio Fanio Sinistor. The Metropolitan Museum of Art, Nueva York, Licencia 'Open Access'

Tintas rojas (I): los pigmentos minerales

II Los colores de las tintas

En contraste con la tinta negra, usada para el cuerpo del texto, desde época muy temprana los egipcios emplearon tinta roja para resaltar encabezados, nombres y palabras clave, pero también para el trazado de líneas guía y márgenes y el delineado de figuras por los artistas. Estos usos perduraron entre los griegos y los romanos. El empleo de la tinta roja en el mundo latino, por ejemplo, nos ha dejado el préstamo «rúbrica» (del latín ruber, «rojo»). Este término se refería originalmente a los usos que se acaban de mencionar, pero durante la Edad Media se especializó para designar las abreviaturas de las palabras latinas scripsit, firmavit y recognovit («escrito», «firmado», «reconocido») que se escribían con tinta roja al final de ciertos documentos, principalmente de naturaleza legal, junto con el nombre de la persona o personas implicadas para certificar su autenticidad. De ahí pasó, simplemente, a designar la firma personal.

Las tintas rojas del mundo antiguo estaban hechas sobre todo de materiales inorgánicos como el ocre, un mineral que contiene óxido de hierro —mezclado frecuentemente con arcilla— y que varía del marrón rojizo, al rojo o el amarillo. Su uso como pigmento es tan antiguo que no es exclusivo del homo sapiens, quien lo utilizó ampliamente en el arte rupestre. En la Antigüedad, otras fuentes de pigmento rojo para escribir y pintar incluyeron el cinabrio (altamente tóxico por su contenido en mercurio) y el minio. Este último, uno de los primeros pigmentos artificiales, se elabora calentando litargirio u oxidando plomo a altas temperaturas, lo que también le hace peligroso. Ajenos a su toxicidad, fue uno de los colores preferidos de los iluminadores de códices medievales bizantinos y persas. De su frecuente empleo en la decoración de manuscritos procede, precisamente, el término «miniatura».