Tintas negras (II): la tinta ferrogálica
II Los colores de las tintas
Otro tipo de tinta negra, cuyos primeros testimonios proceden de época helenística, es la tinta ferrogálica. Esta tinta es fruto de una reacción química entre un líquido rico en taninos, que se extraen de fuentes vegetales como el roble (de la corteza y, sobre todo, de las «agallas» cocidas o maceradas en agua), y sales de hierro (generalmente, sulfato de hierro o vitriolo, pero también hay recetas que emplean limaduras de hierro o clavos). Al mezclarse, se genera una reacción que da lugar a un intenso color negro.
La referencia más antigua de esta tinta es del ingeniero, inventor y escritor Filón de Bizancio (siglo III a.n.e.), quien, en su tratado de ingeniería bélica, Belopoeica (4, 77), dice que, durante las guerras y los asedios, esta reacción se aprovechaba para intercambiar mensajes secretos, que podían entregarse en superficies de escritura inusuales y permanecían invisibles hasta que se aplicaba el segundo reactivo. Su empleo como medio regular de escritura se atestigua en la Antigüedad tardía, aunque será durante la Edad Media cuando se haga realmente frecuente por su excelente capacidad de penetración en el pergamino.
Frente a las tintas de carbón, la tinta ferrogálica presenta varias ventajas, como su sencilla producción y bajo coste, su intenso color negro y su excelente capacidad de fijación en diferentes materiales de escritura. No se borra con agua, lo que la hizo idónea para documentos que debían resistir el paso del tiempo o que no debían alterarse, como los documentos legales. Sin embargo, su uso también está ligado a ciertos problemas de conservación, ya que sus reactivos a menudo han provocado el deterioro de los soportes de escritura.