Mujeres escribas (I): de Mesopotamia al Medievo
IV Mujeres entre cálamos y pinceles
La presencia de mujeres escriba comienza en Mesopotamia. Prueba de ello es Amat-Mamu (circa 1764 a.n.e.-circa 1711 a.n.e.), una sacerdotisa babilónica de la casta sacerdotal de las nadītu. Estas mujeres vivían apartadas y sin contacto con los hombres, por lo que, en ausencia de varones, algunas aprendían a leer y a escribir para trabajar como escribas. Como sus homólogos masculinos, estas mujeres firmaban las tablillas que escribían. Gracias a ello conocemos el nombre de catorce y sabemos que Amat-Mamu trabajó durante al menos 40 años.
Las fuentes grecorromanas, especialmente los epitafios fúnebres, atestiguan la participación de mujeres —libres, esclavas y libertas— en diversas labores relacionadas con la escritura. En ellos encontramos estenógrafas, como Hapate (notaria, CIL VI 33892), que transcribían discursos mientras se pronunciaban, y secretarias personales (amanuenses, a manu) como Tyche, Herma y Pletoria (CIL VI 9541, 7373 y 9542, respectivamente). No obstante, la profesión más atestiguada es la de libraria, término que designaba a los escribas profesionales dedicados a la producción de textos, literarios o no. Algunas de estas mujeres, como Corinna (cellaria libraria, CIL VI 3979), ya pertenecen al mundo monástico cristiano. En el contexto cultural del cristianismo llama la atención el testimonio de Eusebio de Cesarea, quien refiere que el teólogo Orígenes de Alejandría (circa 184-circa 253) «[…] cuando dictaba, tenía listos y a mano más de siete estenógrafos, que se iban relevando entre sí por tiempos fijos, y muchos escribas, así como mujeres calígrafas» (Historia eclesiástica 6, 23).
Es difícil determinar si Eusebio se refiere simplemente a mujeres escribas o a artesanas especializadas en formas particulares de escritura caracterizadas por la belleza de su trazado.