La profesión del escriba, una ‘technê’ sin connotación de género
IV Mujeres entre cálamos y pinceles
Desde la aparición de la escritura en Mesopotamia, las mujeres no sólo han aprendido a escribir, también se han involucrado en el uso profesional y artístico de tintas y pinturas. Los testimonios sobre mujeres escribas, calígrafas y artistas demuestran que este ámbito no fue dominio exclusivo de los hombres, ni tampoco —excepcionalmente— de las autoras de literatura. En ocasiones, esto desafía las nociones modernas sobre el mundo antiguo.
La existencia de un prejuicio histórico es evidente, por ejemplo, en relación con el Antiguo Egipto. En este, los cargos administrativos atribuidos a mujeres, a diferencia de los religiosos, han sido sistemáticamente interpretados como ‘honoríficos’ y explicados a través de su papel como consortes de hombres de la élite. Un caso notable es Iretrau (Dinastía XXVI), una mujer cuya tumba la recuerda como «escriba» y «asistente principal de la Esposa del dios Amón». Si bien este último título no se cuestiona, su ejercicio profesional como escriba ha generado un intenso debate. Este fue uno de los oficios más prestigios del Antiguo Egipto, por su acceso privilegiado a los textos y su papel en la pervivencia de la cultura escrita. Aunque es lógico que una figura como la Esposa del Dios Amón —el título más alto que una mujer podía ostentar en Egipto, detentado con frecuencia por las esposas y las hijas del faraón— tuviera como asistente y escriba personal a una mujer de alto estatus social, alfabetizada y altamente cualificada como Iretrau, la ausencia de testimonios directos de su trabajo y útiles de escritura en su tumba, y el hecho de haber sido esposa de un visir y madre de otro han servido para defender la naturaleza honorífica de su cargo como escriba. No obstante, tampoco conservamos testimonios escritos ni la tumba intacta de todos los escribas varones conocidos.