La represión franquista limitó el acceso a Gibraltar

La represión franquista limitó el acceso a Gibraltar
Años 1950-1960. Arriba, Antonio Barros y su hermano José María, desaparecido durante la guerra de 1936-1939. Abajo, María Campoy, madre de Antonio y de José María, que escondió libros comprometidos en el contexto de la represión franquista a las ideas; y José Barros, su padre, amenazado y preso en varias ocasiones. La Línea. Fotografías: archivo personal de Antonio Barros

La represión franquista limitó el acceso a Gibraltar

Durante la dictadura franquista la represión dirigida a quienes habían vivido en zona republicana durante la guerra o habían tenido relación con instituciones del gobierno republicano o con movimientos sociales de izquierda tomó diferentes formas. Entre ellas, el aislamiento social y el estrechamiento de las opciones laborales tenían como consecuencia reducir sus posibilidades de supervivencia. La represión se dirigía hacia todo el grupo familiar y por lo tanto las familias en su conjunto tuvieron que hacerla frente.

En La Línea esta forma de represión se concretó en limitar las oportunidades de trabajo en Gibraltar. Durante la guerra y en la posguerra se negó el pase de acceso a Gibraltar a los familiares de personas huidas a Tánger o al frente del gobierno republicano. Éste fue el caso de Antonio Barros. Las frecuentes detenciones y requerimientos policiales que sufrió su padre también se ubican en esa estrategia. El escritor linense Manuel Gil Fornell describe a los afectados como «la generación del silencio y la gandinga, a quienes nos castigaban retirándonos el pase para trabajar en Gibraltar».

En un contexto de escasez, alta incidencia de enfermedades asociadas a la desnutrición y de transmisión, y hambre, está forma de represión tuvo drásticas consecuencias. Cuando vieron cerradas sus opciones laborales, muchas personas recurrieron a trabajos marginales como el estraperlo o contrabando. El refuerzo de las etiquetas en doble sentido retroalimentaba la criminalización: una vez que el portador o portadora de la etiqueta de «rojo» era marginado socialmente, podía ser fácilmente acusado de otros delitos sociales (ser «contrabandista » o ser «mala mujer»). A su vez quienes trabajaban en el contrabando o prestaban soporte eran fácilmente vinculados con la izquierda.