‘Homo sapiens’, la especie «hipercooperadora»

‘Homo sapiens’, la especie «hipercooperadora»
2016. Representación de las huellas de un mínimo de 15 individuos y un máximo de 23 adultos y un juvenil (su peso medio estimado es de 48,9±9,6 kilos) atribuidos a 'Homo erectus' en dos emplazamientos en Ileret (Kenia), FE3 y FwJj14E, datadas en 1,5 m.a. CC license Hatala et al. (2016)

‘Homo sapiens’, la especie «hipercooperadora»

La interacción biocultural permite asignar a nuestro género Homo a un nuevo grado evolutivo. El concepto de «grado evolutivo» fue introducido por Julian Huxley (1887-1975) en 1958 y expresa un nivel adaptativo que define a especies que comparten nuevas especializaciones anatómicas, fisiológicas, ontogenéticas y conductuales. En el caso de Homo corresponde al conjunto de adaptaciones asociadas al definitivo abandono de la vida arbórea y la plena ocupación de la sabana hace más de dos millones de años. No todas ellas habrían surgido al unísono, y algunas aún no estarían presentes en los denominados «Homo tempranos», H. habilis y H. rudolfensis.

Las características del ciclo vital también definen un nuevo grado adaptativo, que siempre imaginamos con relación a un adulto, habitualmente masculino. Siguiendo a Bonner, «organism are not just adults—they are life cycles» (1965, p. 93). Aunque más difíciles de rastrear en el registro fósil (ver las Galerías tercera y cuarta de esta Sala), los cambios en el ciclo vital fueron esenciales en la aparición de nuestra especie. En nuestro linaje, el ciclo vital evolucionó para afrontar la extrema demanda energética de la creciente encefalización y otorgar tiempo para el aprendizaje social, lo que permitió desarrollar habilidades cognitivas (previsión, innovación…) críticas en un nuevo ecosistema complejo e imprevisible, la sabana de África del Este, o ya en lo nuevos y muy diversos escenarios que encontrarán los grupos de Homo erectus  al expandirse fuera de África a partir de 1,8 millones de años (de Happisburgh en Reino Unido o Atapuerca en España a la Isla de Flores en Indonesia).

La sabana delimitada por el Valle del Rift africano estaba entonces asimismo ocupada por australopitecos robustos o parántropos, también homininos pero con una trayectoria evolutiva distinta a la nuestra (de dieta vegetariana) y que acabarían extinguiéndose. La figura superior permite evocar nuestra trayectoria adaptativa alternativa. Muestra las huellas dejadas por un amplio grupo de individuos adultos de Homo desplazándose juntos con alguna finalidad, una «intencionalidad compartida» (en expresión de Michael Tomasello) basada en la capacidad psicológica para participar conjuntamente en actividades colaborativas con objetivos comunes.

Barry Bogin, Jared Bragg y Christopher Kuzawa denominaron en 2014 «sistema de reproducción biocultural» al conjunto de adaptaciones biológicas y socioculturales asociadas a la evolución de nuestro ciclo vital, detalladas por el primero de ellos en la segunda Sala de este Espacio expositivo:

«(1) Cognitive capacities for nongenetically based marriage and kinship behaviour that provide demographically and ecologically flexible, but culturally universal, alloparental care for offspring, (2) a life history phase of childhood, characterized by the absence of nursing but considerable ongoing nutritional dependence, creating extended opportunities and needs for the provision of care by individuals other than the parents, (3) early weaning, leading to an increased rate of reproduction and (4) decreased lifetime reproductive effort, which likely contributed to decreased mortality and lifespan extension.» (p.368)

A medida que aumentaba la cerebralización en las especies de Homo sus crías tardaban más tiempo en completar su crecimiento y su vulnerabilidad aumentaba, exigiendo una mejor articulación social, con la creciente implicación en su cuidado de adultos distintos de la madre y no emparentados genéticamente, algo —de nuevo— exclusivo de nuestra especie. Somos la especie «hipercooperadora», una expresión acuñada por Burkart y coautores en su trabajo de 2014, en el que sostienen que el incremento de estos «cuidados alomaternales» a lo largo de nuestra historia evolutiva aporta la mejor explicación del desarrollo de la extrema prosocialidad que nos caracteriza, y que se manifiesta en los bebés de apenas un año. [Carlos Varea]