Diez privilegios para mujeres preñadas

Diez privilegios para mujeres preñadas
Siglo XVI. «Celestial diosa del parto, alma Lucina, / Principio y causa de todos los bien fecundos / que informas y conservas y perpetúas el mundo / Sé propicio para nosotros tu divina bondad». Giulio Antonio Bonasone © Wellcome Collection. Attribution 4.0 International (CC BY 4.0)

Diez privilegios para mujeres preñadas

III Vida intrauterina

 

Diez son los privilegios que pide el médico de Daimiel para el estado «privilegiado» de las mujeres embarazadas: que se satisfagan sus antojos y apetitos, que estén dispensadas de ayunos, que tengan libertad para escoger el lugar del nacimiento y la comadre que les convenga, que se les permita llevar en su cuerpo las hierbas, cintas y amuletos que quieran, como piedras preciosas, «aunque traigan su cuello tan cubierto dellas que parezca tienda de buhonero, bazar de aldea […]»… ¡Toda ayuda es poca para evitar los tan temidos abortos y partos prematuros!

Se trata, pues, de un tratado sobre como procurar que los hijos nazcan sanos, preocupación primordial en tiempos de menguante fecundidad de la élite y lamentos por unos reinos despoblados. Pero es más que esto, ya que Fontecha funda sus consejos y advertencias en toda una antropología del sexo femenino. Según el galeno, las mujeres igualan al hombre en valor y dignidad, y están dotadas de la misma facultad generativa, facultad que ejercen mediante su propia semilla. «La madre concurre en la generación activamente, mediante potencia activa», de modo que «se haga una buena mixtura de los dos, para la conservación de la especia humana, por el aumento de los individuos, bien fabricados y templados». No es de extrañar, entonces, que «muchas veces vemos que los hijos se asemejan a las madres, no solo en la fisonomía, disposición del cuerpo, talle y encaje del rostro, sino también en las condiciones y costumbres». La teoría de las dos semillas así defendida por Fontecha se remonta a los griegos y los romanos, a Hipócrates y Galeno.

La obra de Ruices de Fontecha estaba dedicada a la poderosa duquesa de Gandía, doña Juana de Velasco y Aragón, y llegó a enriquecer los conocimientos obstétricos de las damas en la corte imperial y archiducal de Viena.

(Que se ensalce la contribución femenina a la generación de la vida puede ser del gusto de una dama de la aristocracia, que comparte la condición social del esposo. Paradójicamente, no conviene tanto a una madre sirvienta o esclava, a la madre de un hijo espurio, quien desearía que el estatus del hijo habido con el amo o el amante se juzgara por el rango del padre.) [Wolfram Aichinger]