Días y meses
III Vida intrauterina
¿Cuánto tiempo puede pasar entre la concepción y el parto?
La duración del embarazo interesa, claro está, porque de ella depende la salud del niño. Los médicos del siglo XVII incluso ven en los meses de la gestación una representación a escala de las edades de la vida que habrá de pasar la criatura en el mundo. El mes del nacimiento —séptimo, octavo, noveno, décimo— y su respectivo planeta determina el temperamento de un ser humano que viene al mundo. Estás creencias perdurarán hasta bien entrado el siglo XIX: Benito Pérez Galdós emplea sietemesino como insulto en En Fortunata y Jacinta.
Es más, el fiscal y el juez se ponen a contar días y meses parar determinar el castigo a imponer por un aborto provocado con «bebidas, […] golpes, cargos, trabajos y otras cualesquier cosas». Según el médico Juan Ruices de Fontecha, se considera homicidio si el feto «está animado», es decir si han pasado cuarenta días de gestación tratándose de varón o noventa si es hembra, según el antiguo concepto atribuido a Aristóteles. Si no ha pasado este umbral, la interrupción del embarazo se castiga con trabajos forzados en una mina para los plebeyos y con destierro y confiscación de parte de la hacienda para los nobles. Las leyes siempre trabajan en función de la antropología vigente, de lo que se considera o no plenamente humano, y la cuestión arranca en el útero de la madre.
El jurista baraja asimismo plazos para aclarar relaciones familiares en disputa. Pongamos que el esposo que vuelve a casa de los campos de batalla o de una misión diplomática de diez meses se encuentra con un niño en la cuna: ¿puede, debe incluso, recelar de su esposa? El hijo declarado póstumo por la madre, nacido a los once meses del entierro del supuesto padre, ¿puede aspirar a títulos y herencias, o es todo tramoya y engaño?
Por mucho que se afanaran los expertos masculinos, por mucho que tratasen de vigilar los ciclos femeninos, no consiguieron imponer puntualidad ni medidas exactas en los partos. Las cuentas secretas de las embarazadas —más atentas a la luna que al calendario solar— y de sus cómplices —alcahuetas, abuelas, comadres— eran para aquellos hombres un continuo quebradero de cabeza, y la cuestión del tiempo no revelado debidamente, acaso un motivo para las cazas de brujas. Pero el problema de la duración del embarazo también aumentó la autoridad de las matronas, consideradas máximas expertas en el asunto. [Wolfram Aichinger]