La adaptación ante al cierre de la frontera

La adaptación ante al cierre de la frontera
Izquierda: Años 1930. Ángela Castillo, abuela materna de Francisca Aguilar, en la azotea de la casa donde trabajaba como sirvienta, en Gibraltar. Fotografía: archivo personal de Francisca Aguilar. Derecha: 2010. Una mujer, posiblemente marroquí, con bata y calzado de trabajo, barre la entrada de un patio en Gibraltar. Fotografía: Beatriz Díaz Martínez © Beatriz Díaz Martínez

La adaptación ante al cierre de la frontera

En los años cincuenta del siglo pasado el régimen franquista fue estrechando las condiciones de acceso de los trabajadores españoles a Gibraltar, hasta el cierre definitivo de la frontera y de las comunicaciones telefónicas en 1969. Esto supuso una tragedia para la comunidad transfronteriza. Miles de familias perdieron sus empleos y sus fuentes de supervivencia, y recurrieron a la emigración. El mercado de La Línea se hundió. Unos dos mil gibraltareños que residían en La Línea se vieron forzados a trasladarse a Gibraltar. Más de mil familias quedaron divididas y buscaron la forma de mantener el contacto; lo mismo que las amistades.

Para sobrevivir, Gibraltar reforzó sus relaciones con el norte de Marruecos; otra comunidad pobre y dependiente en El Estrecho. Las líneas marítimas ampliaron la comunicación con Tánger y Ceuta, para posibilitar el mercado de alimentos frescos y el ocio. En los hospitales, viviendas y escuelas infantiles se incorporaron mujeres gibraltareñas que hasta entonces no habían trabajado. El vacío dejado por los trabajadores españoles se cubrió también con población marroquí, lo que supuso un gran problema habitacional.

La adaptación permitió a la comunidad gibraltareña resistir en el nuevo contexto. Con la apertura paulatina de la frontera entre 1982 y 1985 las relaciones y el tránsito de bienes volvieron a orientarse hacia la comarca de El Campo de Gibraltar.