El examen por el Real Tribunal del Protomedicato

El examen por el Real Tribunal del Protomedicato
1750. ‘Cartilla nueva útil y necesaria para instruirse las matronas’, obra de Antonio Medina. Fotografía de Dolores Ruiz-Berdún © Dolores Ruiz-Berdún

El examen por el Real Tribunal del Protomedicato

Durante el reinado de Fernando VI se promulgó la Real Cédula de 21 de julio de 1750, que iba a suponer un cambio en la formación de las futuras matronas. En dicha Real Cédula se establecía la obligatoriedad de que las mujeres que quisieran dedicarse al oficio de partera fuesen examinadas por el Real Tribunal del Protomedicato de Castilla, una institución creada por los Reyes Católicos para controlar a los profesionales que se dedicasen a las artes de curar. El Protomedicato contaba con protomédicos, que actuaban como jueces examinadores y otorgaban las licencias para poder ejercer las distintas profesiones sanitarias del momento. Además, esta norma especificaba que si un hombre quería dedicarse a atender partos debía obtener, previamente, el título de cirujano.

Para que las mujeres que quisieran examinarse pudieran estudiar, el rey ordenó a Antonio Medina, médico de la «Real Familia» y protomédico, redactar un pequeño libro que sirviese a aquellas que se quisieran preparar para dicho examen. El librito, con el título Cartilla nueva util y necesaria para instruirse las Matronas, que vulgarmente se llaman comadres, en el oficio de partear, se publicó ese mismo año de 1750, y es el que aparece en la figura superior. El libro hacía ciertas recomendaciones sobre las características que debían adornar a una buena profesional, entre las que se encontraba una buena salud, debido a las penurias del trabajo nocturno y la fuerza requerida para ciertas maniobras; tener una edad «proporcionada», es decir, ni muy jóvenes ni muy viejas; no tener unas manos grandes ni callosas, ni los brazos o dedos torcidos que limitasen el sentido del tacto; buenas cristianas, misericordiosas, vigilantes y cuidadosas, pacientes, alegres, modestas, fieles y silenciosas, es decir, ser capaces de guardar los secretos que les fuesen confiados. También debían ser dóciles ante el dictamen de «sus mayores en suficiencia», un claro intento de subordinación patriarcal. Por último, tal vez el requisito más difícil de cumplir: saber leer y escribir, una condición que dados los altos índices de analfabetismo del momento debía ser complicado de cumplir.