Octubre 2024

La trashumancia como Patrimonio Cultural de la Humanidad

La trashumancia, práctica ancestral que implica el desplazamiento estacional de ganado entre diferentes zonas de pasto, es ya Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Así lo decidió el comité de la UNESCO reunido en Kasene (Botsuana) el 9 de diciembre de 2023. La candidatura internacional, liderada por España, reconoce esta modalidad de pastoreo también en Albania, Andorra, Croacia, Francia, Luxemburgo y Rumanía y se suma así, al reconocimiento que ya disfrutaba en Austria, Grecia e Italia.

La declaración como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad reconoce no solo el valor cultural de esta práctica ganadera que hizo posible la subsistencia de los pueblos que la practicaron, sino también su importancia para la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas. La trashumancia, muy presente en diversos países de la cuenca mediterránea, constituye una manifestación de la interacción respetuosa entre el ser humano y su entorno, promoviendo el uso sostenible de los recursos naturales. Por si esto fuera poco, esta práctica ha fomentado activamente el intercambio cultural entre comunidades rurales distantes y la transmisión de conocimientos tradicionales entre generaciones, desempeñando un papel fundamental en la construcción de la identidad y la cohesión de los pueblos.

En el caso concreto de España, la importancia histórica de la trashumancia se podría visualizar si fuera posible viajar en el tiempo, y tuviéramos la oportunidad de transportarnos a algún otoño de la Baja Edad Media o de los inicios de la Edad Moderna, para presenciar el impresionante espectáculo de millones de cabezas de ganado trashumante, desplazándose desde los pastos veraniegos de las montañas ibéricas hacia los refugios invernales en Extremadura, Andalucía o los valles de clima más benigno del interior. Durante varios siglos, la ganadería trashumante fue uno de los pilares fundamentales de la economía castellana, gozando de fuerte protección por parte de la Corona y de una poderosa organización gremial, el Honrado Concejo de la Mesta, creado en 1273 por Alfonso X el Sabio. Esto permitía que los pastores tuvieran privilegios y condiciones favorables para aprovechar el territorio y producir la muy valorada lana de merino, tan demandada en los centros textiles europeos como Países Bajos e Inglaterra.

La ganadería trashumante no solo influyó en la economía de los reinos ibéricos, sino que también modeló fuertemente su paisaje, tanto en el mantenimiento de grandes extensiones de pastos arbolados comunales en las áreas de agostada e invernada como por el casi medio millón de hectáreas (alrededor del 1% del territorio español) que fueron reservadas para el paso de ganado a modo de extensa red de corredores y descansaderos protegidos frente al arado y la propiedad privada.

Los rebaños requerían vías de desplazamiento y pastos para alimentarse, lo que llevó a que las vías pecuarias (cañadas, cordeles, veredas y coladas) fueran mucho más que simples caminos y adoptaran la forma de amplios pasillos de hasta 90 varas de anchura (unos 75 metros) en el caso de las Cañadas Reales. Se extendieron por todo el territorio peninsular configurando una importante reserva de superficies seminaturales libres de ser roturadas que permitió la supervivencia hasta hoy de pastizales mediterráneos, setos, charcas y otros hábitats valiosos, incluso en las comarcas con mayor actividad agrícola.

La trashumancia representa una evolución biocultural de las grandes migraciones de herbívoros silvestres del Pleistoceno a través de la domesticación adaptativa del paisaje, los animales y las personas. El movimiento estacional de los rebaños proporcionaba periodos de descanso y regeneración a los suelos, los pastos y el resto de la vegetación, a la vez que conectaba ecológicamente espacios naturales distantes. Especialmente, el transporte de semillas y otros propágulos a grandes distancias tuvo importantes efectos ecológicos sobre el paisaje mediterráneo.

El panorama descrito empezó a cambiar a partir del siglo XVIII. La pérdida del monopolio de la lana, la aparición de otros textiles y la disminución del favor político (que culminó con la abolición de la Mesta en 1836) llevaron al progresivo debilitamiento de la ganadería de ovejas merinas en España. Ya en el siglo XX, muchos ganaderos trashumantes comenzaron a reemplazar los desplazamientos a pie por el uso del ferrocarril o el camión. Esto resultó en un aumento de la presión sobre los pastos de verano e invierno, al añadir el tiempo de viaje de los rebaños a estos periodos de pastoreo (hasta dos meses al año, en algunos casos). Sin embargo, la consecuencia más drástica de este cambio de hábitos fue el abandono progresivo de la red de vías pecuarias en amplias regiones de España, lo que permitió que muchas fueran transformadas, invadidas por otros usos y degradadas.

La situación podría haber alcanzado un punto de no retorno si no fuera por la creciente conciencia durante las últimas décadas del siglo pasado sobre la importancia de preservar este patrimonio público. El paso de rebaños por el centro de Madrid o la creación de la Asociación Consejo de la Mesta —liderada por el naturalista Jesús Garzón— contribuyeron sin duda a aumentar la preocupación de la sociedad española y sus dirigentes por la situación de la trashumancia y las vías pecuarias en nuestro país.

Esta preocupación llevó a la aprobación en 1995 de la Ley de Vías Pecuarias, que marca un punto de inflexión en el interés de las administraciones públicas por conservar este patrimonio. Paralelamente, se iniciaron diversos estudios científicos, que se intensificaron en el siglo XXI, poniendo en valor el papel ecológico de la red de vías pecuarias, dada su capacidad para actuar como reservorios de biodiversidad y conectores entre áreas naturales. Las vías pecuarias emergen como un ejemplo paradigmático de espacios multifuncionales, con valor ganadero, ambiental y de uso público. Dos Piezas del mes publicadas previamente en el Museo Virtual de Ecología Humana (las de abril de 2022  y enero de 2023) profundizan más en las investigaciones realizadas y en el valor social y ecológico de las vías pecuarias.

El reconocimiento de la trashumancia como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad destaca la necesidad de proteger y promover esta práctica ganadera tradicional frente a amenazas modernas, como la intensificación agrícola y pecuaria, o el cambio climático. La trashumancia no solo contribuye a la economía rural y a la preservación de razas ganaderas autóctonas, sino que también juega un rol crucial en el mantenimiento de corredores ecológicos funcionales, la prevención de incendios forestales y el fortalecimiento de la resiliencia climática de gran parte de los paisajes mediterráneos. La UNESCO, al incluir la trashumancia en su lista de patrimonio, enfatiza la urgencia de adoptar políticas que apoyen a los pastores trashumantes, conservando las vías pecuarias existentes y garantizando la continuidad de esta práctica milenaria y su legado cultural y adaptativo para las futuras generaciones.

José A. González, Francisco M. Azcárate, Violeta Hevia y César A. López-Santiago son investigadores en el proyecto Life Cañadas del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid.

Más información sobre la trashumancia puede encontrarse en los materiales de la jornada del 21 de diciembre de 2022 Pastoras y pastores, ganados y paisajes: soluciones ancestrales para recuperar el futuro, organizada en el campus de Cantoblanco por la Asociación para el Estudio de la Ecología Humana, la Oficina de Sostenibilidad de la UAM y la Facultad de Ciencias de la UAM, disponibles en IX Jornadas Científicas de la AEEH.