Una fórmula para maldecir
II. La magia en la vida cotidiana de las mujeres
En el antiguo mundo grecorromano era muy común, cuando una persona estaba especialmente despechada o enfadada con otra, acudir a un procedimiento mágico casero que consistía en inscribir en pequeñas láminas de plomo conjuros y maldiciones con un punzón, un clavo o una aguja sin cabeza. Una vez escritas las imprecaciones, la tablilla se doblaba, enrollaba o perforaba y se enterraba en una necrópolis o en otros lugares relacionados con las divinidades subterráneas, o cerca de fuentes, pozos y corrientes de agua en general (véase Anna Perenna), ya que se creía que servían de conexión con el inframundo.
Un rasgo característico de los rituales asociados a las «tabillas de maldición» es el poder performativo de la palabra. Así, con el clavo en la mano, el defigens recitaba las fórmulas que iba incrustando en el plomo, a veces difíciles de pronunciar, extrañas y con términos en griego o de origen desconocido, creyendo fielmente que se cumpliría su contenido.
Este tipo de magia se conoce como magia simpatética y se define a partir de la máxima «lo similar produce lo similar»: aquí, la tablilla es concebida como la imagen de aquel al que se quiere dañar y, por lo tanto, todo lo que en esta se inscriba lo sufrirá el rival, algo parecido a lo que sucede con los muñecos de vudú. Por esto, algunos de los verbos que más se emplean en las fórmulas maléficas son vertere y sus compuestos ad-/in-/pervertere tanto en su sentido literal de girar/invertir, como en sus usos metafóricos ser hostil/desfavorable.
Un ejemplo extraordinario de tablilla simpatética es la que se observa en la imagen. Esta tabella, que tiene todas las letras escritas al revés y de derecha a izquierda para amplificar el poder del símil mágico, dice: «Vaeraca, así te va a ir: que te vaya tan torcido (perverse) como torcido (perverse) está esto escrito».
María Isabel Jiménez Martínez