Cosméticos maléficos
II. La magia en la vida cotidiana de las mujeres
En la cultura romana, las mujeres solían tener entre sus pertenencias botes de diversos materiales para almacenar productos cosméticos destinados al arreglo personal. La arqueología ofrece una amplia cantidad de testimonios al respecto, como se ve en la imagen, y la variedad de los materiales, formatos y ornamentación brindan una clave acerca de la extensión de su uso, que no se limitaba solo a las élites, sino que, según las fuentes literarias, alcanza a otros grupos sociales, como las prostitutas. Los productos eran elaborados a partir de plantas y minerales, como rosas, jazmines, algas y resinas, pero también antimonio, hollín, harina de habas o blanco de plomo, que se procesaban con técnicas de diversa complejidad, transmitidas principalmente de manera oral. Así, tanto poseer los conocimientos para trabajar las materias primas y obtener compuestos que generen efectos en la apariencia o en las sensaciones percibidas, como hacer uso de ellos, se vuelve un saber sospechoso y, quienes cuentan con estas habilidades, son frecuentemente objeto de ataque o al menos de suspicacia.
Si bien después también los hombres usaron estos artículos, la práctica del arreglo personal se identificó como una cuestión principalmente femenina, muchas veces cargada de sentidos negativos como el exceso, la simulación o el gasto desmedido. Los textos conservados, de autoría masculina, contraponen la artificiosidad sospechosa del ornato a la simplicidad de la ausencia de afeites.
Actualmente, la perspectiva interseccional permite apreciar cómo las tecnologías del género operan atribuyendo una caracterización unívoca a la condición mujeril, más allá de su pertenencia de clase: todas son sospechosas de querer ocultar sus defectos, embellecerse y manipular la percepción de quienes las rodean. Usar elementos de la naturaleza con intenciones que se presumen deshonestas se vuelve un lugar común atribuido diferencialmente a una identidad genérica, la femenina, que dará lugar a un abundante imaginario en Occidente, el de las hechiceras/brujas, capaces de parecer lo que no son y así obtener lo que desean, en detrimento de los varones engañados.
Viviana Diez