Un calendario femenino
I Procreación
Los niños que nacen en Occidente hoy en día suelen criarse, suelen llegar a la edad adulta; el embarazo y el parto se han convertido en un breve paréntesis en una vida dedicada a otras cosas. Vivir en el Siglo de Oro era vivir rodeado de historias de partos (y de malpartos, partos prematuros y niños nacidos muertos). Hacía falta que nacieran dos hijos para que uno sobreviviera la primera infancia.
La vida moderna está dominada por un calendario de intervalos de trabajo y ocio, pero las mujeres parideras del Siglo de Oro contaban los meses según las transformaciones de su cuerpo. Estos cambios cíclicos, a su vez, marcaban ritmos de la vida cotidiana no solo para las mujeres en edad fértil, sino también para esposos, hermanos, abuelas o madrinas; todos ellos atentos a la renovación de la vida e implicados en la búsqueda de comadres o cirujanos, en los preparativos del bateo o en la celebración de la misa de parida al cabo de las semanas de reposo que se concedían tras el alumbramiento.
Las gestaciones se solapaban: la muchacha que visita a su prima, cuñada o hermana durante el puerperio para darle el parabién, llevándole huevos, sopa o un ave, está preparándose ella misma para un parto y siente la criatura bullendo en su vientre. El Nacimiento de la Virgen (1625-30) de Zurbarán da fe de esta sociabilidad y complicidad femeninas, como también hacen todas las Visitaciones que representan a María y su prima Isabel, volviendo imagen los bellos versos de la Biblia: «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”». [Wolfram Aichinger]