Sistemas socioecológicos y bienestar humano (II): …y ciudades vivibles y solidarias
Es bien conocido que el crecimiento de la población humana se produce parejo al de las ciudades, retroalimentando el fenómeno de “éxito demográfico” humano que ha derivado en superpoblación. Actualmente, más de la mitad de la humanidad vive ya en núcleos urbanos y sus conurbaciones. En el caso de España es un fenómeno extremo: vamos camino del 80%. Solo en las 15 ciudades más pobladas de nuestro país viven la cuarta parte de los españoles. El resto del territorio (90%) alberga al 20% de población restante, habitando paisajes rurales que se enfrentan a un proceso de transformación severo (véase primera parte de esta reseña). En su origen, fueron esos paisajes rurales multifuncionales los que posibilitaron el abastecimiento de las ciudades y aseguraron los procesos ecológicos básicos para su funcionamiento. Una realidad a la que damos la espalda cuando el vínculo de respeto y armonía con un medio rural sano va perdiendo importancia para el estilo de vida dominante de los urbanitas.
Que los humanos seamos parte de la naturaleza se torna una realidad muy difusa en la experiencia cotidiana del habitante medio de las ciudades modernas; un ecosistema construido muy tecnificado al que hemos ido despojando de naturaleza en beneficio de la utilidad masificada. Pero por muy artificiales que sean las ciudades modernas, su éxito siempre dependerá del suministro de servicios de los ecosistemas que necesitan sus habitantes. El hecho es que, hoy por hoy, la mayor parte de esos servicios se producen en lugares que pueden estar muy alejados, por métodos productivos muy impactantes y en condiciones socialmente injustas. La causa, la irracionalidad del crecimiento urbano espoleado por la especulación, que echa a perder sistemáticamente las posibilidades de producir tales servicios localmente en la propia ciudad y los paisajes rurales que la rodean, a los que la ciudad va devorando en vez de integrando. El precio a pagar por ello es doble: un precio biofísico porque nuestras demandas de servicios cada vez más tecnificados e industriales fomentan una intensificación extrema de los ecosistemas más productivos, pretendiendo convertirlos en una fábrica mientras agotamos el capital natural en el proceso; y un precio espiritual, porque somos seres que anhelamos la naturaleza de la que formamos parte y no funcionamos adecuadamente sin experimentar intensas relaciones cotidianas de respeto y afecto con las demás criaturas y elementos que la conforman.
Desde la ciudad es necesario re-plantear el vínculo con el mundo rural que nos sostiene, a través también de una tarea doble: una es la gestión socioecológica del territorio rural periurbano para integrar ambas realidades interdependientes, estrechando los lazos de afecto y economía que nos atan; otra es la ruralización y naturalización del ecosistema urbano, extirpando hábitos y deseos consumistas e individualistas que nos devoran como personas para hacerlo más vivible, humano y comunitario.
Laboratorio de Socioecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid
[Más información sobre la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio en España (EME): http://www.ecomilenio.es.]