Ecología humana: vivir con y no contra la naturaleza
Lucrecio, siguiendo a Epicuro, nos recordó que “todo tiene que ver con todo.” Como la palabra dos veces repetida en esa frase es la más indefinida que conozco intentemos explorar las intermedias, muchísimo más importantes. Centremos, pues, la atención en tiene que ver con. Porque, en efecto, cada día necesitamos ver, más y mejor, que tenemos que ver con muchísimas más realidades de las que normalmente aprecian nuestros sentidos, tan roídos ellos por esta azacaneada civilización. Civilización que para desgracia de ella misma, se basa en emascularnos de lo considerado contrario a ella misma, cuando tanto tenemos que ver con lo que nos rodea. Cuando, en realidad solo somos posibles porque ese derredor nos consiente, asiste y alberga.
La Natura, es decir la suma del paisaje, sus procesos, ciclos y el resto de los seres vivos vecinos, en realidad funciona como quería expresar una de sus más olvidadas acepciones. Porque, para los escasos y maltratados últimos componentes de la Cultura Rural, natura es también la placenta. Alimento y amparo, pues. Esta metáfora en nada se aleja de la ciencia. La que nos informa de los lazos entre la parte que somos y ese todo al que hemos domesticado casi del todo. Lo hemos modificado de tal forma, extensión e intensidad que si bien está a nuestro servicio, presenta demasiados síntomas de agotamiento y peligrosidad para sus domadores. La relación, por tanto no puede resultar ahora mismo más compleja y cuajada de incertidumbres. Para despejar el camino contamos con la ecología humana. La que nos sitúa precisamente en medio del medio, analiza los modos y los modelos de usarlo y activa el diagnóstico de las consecuencias de esas relaciones. Imprescindible pues para ayudarnos nada menos que a valorar qué somos y qué estamos haciendo.
La ecología, insisto, es la exploración, identificación de los vínculos. Estudia cómo funcionan y cómo desembocan en lo que, por ellos, puede vivir y vive. Sin excluir por supuesto lo que los humanos hacemos y deshacemos para vivir. Y hacemos paisajes, casi siempre demoliendo los que nos precedieron. Hacemos ideas, religiones y arte. No menos todos sus contrarios. De hecho ahora mismo cabe definir a esta civilización como el amontonamiento de lo feo, cómodo y rápido. Por tanto de lo que se convierte en centrípeto y degradante para casi todo lo demás, seres humanos incluidos.
En definitiva ya no se trata solo de adaptar el derredor a nuestras necesidades para sobrevivir sino que no habrá supervivencia si no nos adaptamos nosotros a los límites de la biosfera, para lo que sin duda deberemos adaptarnos, también y a corto plazo, a los cambios que nosotros mismos hemos provocado en los ciclos y procesos y sobre todo en el clima.
La ecología humana resulta ya del todo indistinguible de la más urgente y difícil de las tareas emprendidas por nuestra especie. La de vivir con y no contra la vida. Rectificaciones que serán imposibles si no vemos que tenemos que ver con lo que nos rodea. Es más, ver correctamente es ver panorámicamente como enseña la ecología humana.
Joaquín Araújo, naturalista y escritor