Helena y la magia
I. Divinidades femeninas asociadas a la magia
La frontera entre magia, medicina y rito en el mundo antiguo era bastante difusa. Prueba de ello es el término phármakon, usado para describir tanto recursos curativos como venenos mortales y filtros de amor. Estos phármaka, ungüentos y pócimas, se producían a partir de elementos naturales, como hierbas y flores, raíces, sales y resinas, al alcance de aquellas personas especializadas en su uso en la esfera médica y/o religiosa, y también de quienes solo tenían un saber popular, principalmente femenino, que se trasmitía a través de una red de mujeres normalmente de clase baja.
Las fuentes literarias ofrecen testimonio de ello, no sin el matiz de misoginia que acompaña todas las descripciones de mujeres que no se ajustan a la norma dominante. Helena de Esparta, hija de la mortal Leda y de Zeus, poseía una belleza mágica e hipnótica, que encantaba a quien la observara, incluido el marido Menelao, que, en la imagen, deja caer el arma, impotente. En un pasaje épico en que toma la palabra (Odisea IV, 220-232), Helena describe a sus invitados algunas de las escenas más cruentas de la guerra de Troya, pero, antes, les ofrece un vino adulterado con un phármakon, regalo de Polidamna, una mujer egipcia: quien lo beba podrá olvidar todos sus sufrimientos y ser inmune al dolor.
Este intercambio de phármaka es atestiguado también en la tragedia griega. La nodriza de Fedra, por ejemplo, propone a su ama el apoyo de una red de mujeres y de la pharmakópeia que estas dominan: «Si estás enferma de algún mal que no se puede revelar, aquí tienes a unas mujeres para ayudarte a afrontarlo» (Eurípides, Hipólito, vv. 293-294, trad. propia).
El dominio de estos recursos curativos, donde el género intersecciona con la clase social, es uno de los elementos que confluyen en el estereotipo de la femme fatale y de la hechicera despiadada, capaz de manipular a cualquiera con su sexualidad o con el uso de remedios y filtros mágicos.
Sara Palermo