Medea, hechicera despechada
I. Divinidades femeninas asociadas a la magia
La imagen representa a la hechicera por antonomasia de la mitología griega, Medea (la figura de la derecha). Esta princesa del lejano país asiático de la Cólquide está rejuveneciendo en un caldero a su amado, el héroe griego Jasón, para propiciar el éxito en sus aventuras. El deseo de detener el paso del tiempo, frenar la decadencia y recuperar el vigor es universal, pero en la cultura griega, que ama como ninguna otra la belleza del esplendor juvenil, es una constante de su literatura y de su pensamiento. La práctica aquí representada tiene como elemento fundamental un caldero mágico, una de las herramientas principales de la brujería de todas las épocas y lugares. En su interior se realizan las transformaciones básicas de pociones y ungüentos, pero también puede tener lugar un proceso mucho más complejo: en él ha de bañarse quien quiere renacer o recobrar su juventud, pues el caldero simboliza el útero materno, el vientre de la Tierra Madre, y el caldo, las aguas placentarias.
La magia de Medea es en sus primeras manifestaciones beneficiosa. Pero, para la cultura griega, Medea era tan profundamente contraria a lo normativo, como mujer, extranjera y poderosa gracias a sus extraordinarios conocimientos mágicos, que pronto pasa a convertirse en una bruja peligrosa que solo usa su saber para el mal: con el mismo caldero engaña a las hijas de Pelias para que, pensando en rejuvenecer a su padre, causen su muerte en él. El golpe de gracia a la fama de este personaje femenino se lo dio Eurípides, cuando en el 431 a.n.e., en su tragedia del mismo nombre, la presentó matando a sus propios hijos para vengarse de Jasón por haberla abandonado, como forma de condenar y perseguir el conocimiento femenino.
Begoña Ortega Villaro