Junio 2024

Plantas silvestres urbanas: no tan «malas hierbas»

El proceso de urbanización es una de las características que define a nuestras sociedades. De acuerdo con Naciones Unidas, entre 1950 y 2018, la población urbana del mundo creció más de cuatro veces, pasando de 0,8 millones a 4,2 millones. En España este proceso de transformación, que se produce desde los años 60 del pasado siglo (teniendo su boom en los 80), supone un crecimiento acelerado de la superficie urbana de la ciudad que se encuentra, inevitablemente, acompañado de la ocupación de ecosistemas naturales y del empobrecimiento, sustitución o transformación de su biodiversidad. Casi un 75% de la superficie del planeta ha sido alterada, relegando la vida silvestre a un rincón cada vez más pequeño, y, según el Foro Económico Mundial, la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas son las dos mayores amenazas a las que se enfrenta la humanidad en la próxima década. 

Aun así, la ciudad constituye en sí misma el hábitat de numerosas especies capaces de coexistir con el ser humano y sus costumbres. Junto a las plantas cultivadas en calles, jardines o terrazas, aparecen de forma espontánea otras pequeñas plantas, ocupando resquicios entre adoquines, asfalto, alcorques… Son en general especies poco vistosas, que han colonizado estos espacios a pesar de la dificultad para sobrevivir en un medio adverso. Son plantas efímeras (arvenses, ruderales, espontáneas, adventicia, malas hierbas…), que permanecen ocultas durante gran parte del año pero que presentan una repentina explosión a inicios de la primavera o en el otoño, volviendo a desaparecer de nuestros ojos en verano y a lo largo del invierno. 

En general, se suele tratar de plantas menospreciadas por su corta vida y su discreción, pero sobre todo por su intensidad, concentrada en tan poco espacio de tiempo, lo que las hace tan difíciles de controlar y de domesticar. Por ello, popularmente nos referimos a ellas como «malas hierbas», cuando en realidad se trata de supervivientes, de colonizadoras en un ambiente hostil como el de la ciudad. 

Muchas de estas plantas son ancestros de nuestros cultivos (Eruca vesicaria, emparentada con la rúcula), viajeras de otros continentes (Eringeron bonariensis o rama negra, que proviene de Sudamérica), alimento de insectos (la malva silvestre, o Malva sylvestris, de la cual se alimentan los zapateros) y aves urbanas (crucíferas como el matacandil, Sysimbrium irium, cuyas semillas son muy apetecidas por diversas especies de aves), remedios de herbolario (el cardo Mariano, Silybum marianum, actualmente empleado como protector hepático), retazos de naturaleza salvaje en la ciudad. Su vida es complicada, ya que las perseguimos, pisamos, cortamos, desbrozamos o rociamos con venenos. Por ello aún son más desconocidas para el habitante de la ciudad, pues nos resulta complicado notar su presencia y apreciar sus particularidades. 

Un ejemplo de estas especies es el pequeño diente de león (Taraxacum officinale), planta con propiedades medicinales a la vez que alimentarias. Se trata de una hierba de la familia de las asteráceas o compuestas. Sus hojas (comestibles) son alargadas, de color verde intenso y aspecto tierno. Las flores son compuestas, de color amarillo. Los frutos forman una estructura redondeada (la cipsela) que se disemina gracias a la acción del viento (pocas personas no han soplado alguna vez estas bolas para hacer que sus semillas se dispersen flotando en el aire). 

Sus hojas, de sabor un poco amargo, tradicionalmente se han consumido crudas en ensalada. En algunas regiones de España se han preparado los tallos de la flor en infusión a modo de sucedáneo del café. Es diurética, antiinflamatoria y ayuda a hacer la digestión (es un poco laxante).

En nuestras ciudades, se cría en praderas, cunetas, macizos, medianas, alcorques, huecos en muros, etc. Para aprovecharla, se deben recolectar sus hojas y tallos jóvenes antes de la floración (principalmente en primavera, aunque su cosecha se puede extender a otras épocas del año). Se emplea en ensalada, previo lavado (a la hora de recolectarla para su consumo es importante verificar que no haya estado expuesta a los orines de los perros…). 

Son tales sus usos y propiedades que actualmente es posible encontrar sus semillas en viveros y centros de jardinería para su cultivo como planta de consumo.

Estas plantas deberían ser entendidas como unos organismos con los que convivimos, que, lejos de suponer una molestia o suciedad, han aportado y aportan beneficios a las poblaciones urbanas en las que se asientan. El cuestionamiento que se está realizando de su manejo mediante desbroces indiscriminados o las parcelas que empiezan a delimitarse en distintos parques madrileños para que estas plantas puedan naturalizarse sin ser pasto de siegas, desbroces o herbicidas, muestran la importancia que se empieza a conceder a estas especies.

 

José Borrell Brito, licenciado en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid, es socio de Grupo Heliconia, es experto en educación ambiental y en el desarrollo de proyectos formativos y divulgativos. Ha contribuido al Museo Virtual de Ecología Humana con la Pieza del mes de enero de 2019 La diversidad de aves, indicador de calidad de vida en las ciudades. Jose Ignacio Gómez Crespo, licenciado en Ciencias Ambientales en la Universidad de Alcalá, es también socio de Grupo Heliconia y desarrolla trabajos de educación, voluntariado ambiental y formación.