Septiembre 2022

El cuaderno «B» de Darwin y el «coral de la vida»

La Universidad de Cambridge (Reino Unido) es la depositaria del legado documental de Charles Darwin (1809-1882). En los primeros días del pasado mes de abril, esta institución informaba de que dos de sus cuadernos de notas (los denominados «B» y «C»), dados por desaparecidos en 2001, habían sido devueltos anónimamente a la biblioteca el 9 de marzo, con una nota que decía: «Bibliotecario, Feliz Semana Santa X». Las autoridades de la biblioteca consideraron durante años que los cuadernos se habían extraviado dentro de la propia institución entre los diez millones de libros, manuscritos, mapas y otro objetos que alberga, tras una solicitud para obtener una copia fotográfica realizada en septiembre de 2000. Finalmente, a principios de 2020, tras una exhaustiva búsqueda, los cuadernos se dieron por robados, y el 24 de noviembre («Día de la Evolución», aniversario de la publicación, en 1859, de El origen de las especies de Darwin) la Biblioteca lanzaba un llamamiento internacional para su recuperación, que se abría con la referencia al icónico boceto del «Árbol de la Vida» («Tree of Life») que ilustra esta Pieza, dibujado por Darwin en su cuaderno «B» en el verano de 1837. 

Durante su travesía en el Beagle (de diciembre de 1831 a octubre de 1836), el joven Darwin fue recogiendo sus observaciones en una serie de cuadernos que se conservan en su casa de Down House. Poco antes de concluir el viaje, Darwin empezó a tomar notas en el denominado «Cuaderno rojo», esencialmente sobre cuestiones de Geología y la formación de los arrecifes coralinos, que completaría ya de vuelta a Inglaterra, a lo largo de los últimos meses de 1836 y hasta mediados de 1837. Este cuaderno contiene los primeros apuntes sobre su teoría de la Evolución. Compró entonces varios cuadernos del mismo tipo, pequeños, que pudieran caber en un bolsillo y le permitieran tomar notas durante sus paseos por el campo. Dedicados a temas concretos, Darwin los identificó tan solo con letras mayúsculas consecutivas, «A», «B», «C», etc.

Cuando regresa de su viaje, el medio académico al que se incorpora Darwin sigue siendo abrumadoramente antievolucionista, incluido Charles Lyell (1797-1875), autor de la obra que tanto le influyera durante su viaje, Principios de Geología, y que sería un apoyo esencial del joven naturalista a su retorno a Inglaterra e interlocutor intelectual durante el resto de su vida. Como señala su biógrafa Janet Browne, Darwin se sentía entonces muy inseguro respecto a las ideas evolucionistas derivadas de su viaje en el Beagle, pero su independencia y arrojo intelectuales resultarán determinantes para su desarrollo, que fue un largo y meditado proceso.

En julio de 1837 Darwin inicia sus anotaciones en el ahora recuperado cuaderno «B», el primero sobre la «Transmutación» de las especies, al que seguirán, con igual tema, tres más, serie concluida en 1839. En su página 36 (las páginas del cuaderno están numeradas por Darwin) está representado el esquema evolutivo incluido en esta Pieza. Arriba aparece la frase «Yo creo». En la parte superior derecha, hay un texto rodeado por dos líneas:

«Debe de ser el caso que una generación antes debería haber tantos vivos como hay ahora. Para hacer esto y tener muchas especies en el mismo género (como así es) requiere extinción.» (La palabra «extinción» aparece subrayada dos veces.)

Debajo del dibujo aparece otro texto que sigue en la página 37:

«Por lo tanto entre A y B inmenso vacío de relación. C y B la mejor gradación, B y D bastante más diferencia. Por lo tanto los géneros se formarían guardando relación con tipos antiguos con —varias formas extinguidas.»

Darwin explica a continuación que a partir de un antepasado común (marcado con un «1» en el boceto) 13 especies perduran en el presente, representadas por aquellas líneas que acaban con otra perpendicular, y otras 12 se han extinguido, correspondientes a las líneas que no presentan al final la línea corta perpendicular. Las agrupaciones de las líneas en sus bases expresan su vinculación taxonómica, que es también filogenética. 

Cuando dibuja este boceto, Darwin tiene 28 años. Por entonces, intuye que el proceso evolutivo está determinado por el cambio biológico azaroso que se produce entre sucesivas generaciones de una especie, que asocia tempranamente a la variabilidad que se deriva de la reproducción sexual (por entonces no hay conocimiento alguno sobre el mecanismo de la herencia). Pero desconoce cuál es el proceso que orienta esa generación aleatoria de variabilidad biológica hacia la diversificación de linajes y la aparición y extinción de nuevas especies, tal y como muestra su esquema. Como contará en su autobiografía (un texto destinado tan solo para sus hijos e hijas), lo encontrará leyendo «por entretenimiento» la obra de Thomas Malthus (1766-1834) Un ensayo sobre el principio de la población (1798), que le da la idea de la selección natural, es decir, de la preservación de las variaciones favorables para la supervivencia y la destrucción de las desfavorables entre las generadas por el exceso de descendencia («la lucha por la existencia»), lo que conduce a la formación de nuevas especies en un medioambiente siempre cambiante. Lo anota el 28 de septiembre de 1838 en las páginas 134 y 135 de su cuaderno «D»: «Por fin tenía una teoría con la cual trabajar».

En junio de 1842 Darwin se considera ya capaz de escribir un «breve resumen de mi teoría a lápiz en 35 páginas», ampliado en el verano de 1844 en un manuscrito de 230 páginas. Tardará aún 15 años en publicar su Origen de las especies, cuya única ilustración (páginas 116 y 117 de su primera edición) está constituida por dos esquemas evolutivos que claramente se derivan del dibujado en el cuaderno «B». 

Pero fijémonos de nuevo en el dibujo de 1837. Los linajes se diversifican en una plano circular, no direccional. Con anterioridad, en la página 26 del mismo cuaderno, Darwin había anotado: «El árbol de la vida debería quizás llamarse el coral de la vida, [sobre] una base de ramas muertas». Ciertamente, la vida se despliega como un coral, no como un árbol de tronco erguido. Aquí, aún apenas esbozada, está la esencial radicalidad del pensamiento de Darwin, antítesis del idealismo lamarckiano: la evolución no es lineal, no tiene dirección ni supone un paulatino perfeccionamiento de especies que se transforman en otras superiores, una consideración teleológica que inevitablemente conduce a considerar a nuestra especie el culmen de la Evolución —ya no de la Creación. «Es absurdo hablar de que un animal sea superior a otro», escribe Darwin en la página 74 del cuaderno «B». 

Enterrado en Westminster en un funeral de Estado, su legado esencial será, sin embargo, sepultado con su cuerpo. Sus exequias darán paso al largo período que se ha denominado el «declive del darwinismo»: Darwin logró en vida que el evolucionismo fuera plenamente aceptado, pero a su muerte quedará impregnado de una ideología finalista y antropocéntrica totalmente opuesta a su pensamiento. Deberán transcurrir muchas décadas para que las ideas que Darwin esbozó en su boceto de 1837 queden plenamente integradas en nuestra actual comprensión del evolucionismo y de la diversificación de la vida, portentosa pero azarosa, también de nuestro humilde origen como primates y de nuestra inserción, como una especie más, en la naturaleza.

 

Carlos Varea es bioantropólogo, profesor e investigador del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid, presidente de la Asociación para el Estudio de la Ecología Humana y codirector del Museo Virtual de Ecología Humana.