Septiembre 2020

Corregir las desigualdades del desarrollo humano: una urgencia política ineludible

Vivimos en un mundo tremendamente desigual, y las huellas de estas desigualdades están por todas partes. Tal y como demuestra el último Informe sobre Desarrollo Humano 2019, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el lugar que ocupan las personas en las sociedades de hoy en día está muchas veces determinado por su género, su etnia o la riqueza de sus progenitores, más que por sus capacidades, su esfuerzo o su talento. Piénsese, por ejemplo, que un niño nacido hace 20 años en un país desarrollado tiene una probabilidad superior al 50% de estar actualmente matriculado en la universidad; una probabilidad que desciende a tan solo el 3% si este niño hubiese nacido en un país de desarrollo bajo. Es más, alrededor del 17% de los niños nacidos en países con desarrollo humano bajo ni siquiera habrían alcanzado la edad de 20 años, pues habrían muerto antes. Este porcentaje, sin embargo, es tan sólo del 1% en los países con desarrollo humano muy alto.

Todas estas alarmantes desigualdades también afloran cuando analizamos la realidad de cada país por separado, sea éste desarrollado o en desarrollo. Según estimaciones de Naciones Unidas presentadas en el mencionado informe de PNUD, hay países desarrollados en donde el diferencial en la esperanza de vida a los 40 años entre el 1% más rico de la población y el 1% más pobre sería de hasta 15 años para los hombres y de hasta 10 años para las mujeres. ¿Cómo es todo esto posible? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí y por qué estas sangrantes desigualdades han estado tanto tiempo al margen de las prioridades políticas nacionales e internacionales? ¿Cuánto tiempo más tardaremos en darnos cuenta de la urgencia de trabajar para corregir las desigualdades en el desarrollo humano?

La desigualdad da­ña a las sociedades al debilitar la cohesión social y mermar la confianza de la población en sus instituciones. Como han demostrado diversas investigaciones, los contextos sociales caracterizados por altas cotas de desigualdad podrían contribuir a generar ansiedad entre sus ciudadanos y a deteriorar significativamente el capital social, favoreciendo la aparición de conductas envidiosas y antisociales. Además, cada vez existen más evidencias de que ciertas desigualdades deterioran también las economías al impedir que las personas alcancen todo su potencial en su vida personal y profesional.

La igualdad constituye uno de los fundamentos normativos básicos de cualquier sistema democrático. Si, como apuntan numerosos estudios, estimular la igualdad socioeconómica procura beneficios sobre la calidad de vida, parecería lógico pensar, entonces, que el reparto y la redistribución de la riqueza debería ser algo prioritario para cualquier gobierno que realmente se preocupe por el bienestar de sus ciudadanos. Las sociedades más igualitarias suelen presentar contextos sociales más apropiados para estimular el libre florecimiento personal de sus habitantes. Así, una persona que ya tenga cubiertos sus requerimientos básicos tenderá siempre a vivir mejor en aquellas sociedades en donde las necesidades fundamentales de los demás estén también cubiertas. Defender hoy un mundo con mayor bienestar global pasa, por tanto, por defender un mundo menos desigual en donde las brechas monetarias tiendan a reducirse, tanto intra como internacionalmente.

Sin embargo, no basta con centrar la lucha contra la desigualdad en los aspectos monetarios. Necesitamos abordar la desigualdad del desarrollo humano desde una perspectiva multidimensional. Naciones Unidas reconoce que las medidas que se usan actualmente para explicar la desigualdad son imperfectas y, a menudo, engañosas, puesto que se centran en el ingreso y resultan opacas sobre los mecanismos subyacentes que generan desigualdades, como señala asimismo el documento de PNUD. Existen otras desigualdades que, aunque tengan relación con los ingresos, deberían evaluarse también, como la desigualdad de oportunidades (educativas, por ejemplo), la desigualdad de libertades, la desigualdad respecto a la salud (sistemas sanitarios mejores o peores, etc.). Además, el crecimiento de los ingresos medios de un país dado no tiene por qué repercutir en mejoras reales del bienestar medio de sus habitantes, pues este crecimiento económico podría ser malgastado por gobiernos ineficientes y corruptos o, sencillamente, ser acaparado por los sectores más ricos de la sociedad. Los promedios, por tanto, tienden a ocultar enormes disparidades internas que podrían llegar a enmascarar situaciones graves de injusticia y desigualdad social. Cambiar las mediciones de la desigualdad incorporando indicadores holísticos no monetarios constituye otra prioridad que necesitamos abordar en el corto plazo.

Finalmente, es preciso resaltar el claro vínculo existente entre la desigualdad y las relaciones de poder. Por norma general, la desigualdad suele estar fuertemente condicionada por el grado de influencia política que las clases capitalistas tienen sobre los Estados. Este hecho conduce a pensar que las decisiones políticas no siempre reflejan las aspira­ciones de toda la sociedad en su conjunto (y, por supuesto, no siempre priorizan la conservación del planeta), sino que reflejan, más bien, los intereses de un pequeño grupo de personas que acaparan la riqueza y ostentan el poder, utilizándolo, la mayoría de las veces, para influir en las decisiones públicas de modo que éstas beneficien a sus intereses. Las causas reales de las desigualdades son políticas, y, por lo tanto, políticas han de ser también las soluciones.

Por fortuna, cada vez más personas son conscientes de que la desigualdad constituye un problema de primera magnitud que urge abordar sin más dilación. Corregir las desigualdades del desarrollo humano en el siglo XXI es posible. Pero, para ello, debemos actuar ahora, antes de que los enormes desequilibrios de poder económico se enquisten en el sistema y hagan imposibles las necesarias transformaciones.

 

José A. González y Mateo Aguado son investigadores del Laboratorio de Socioecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid, en cuya página web se puede acceder a numerosos trabajos e informes sobre desigualdades y relaciones de poder. La referencai del informe comentado en esta Pieza es PNUD (2019). Informe sobre Desarrollo Humano 2019. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Nueva York, USA. Una anterior contribución al Museo Virtual de Ecología Humana de estos investigadores y docentes fue la Pieza del mes de septiembre de 2019, titulada El cambio ambiental global: hacia un mundo de ganadores y perdedores. La imagen que ilustra esta Pieza del mes ha sido aportada por el fotógrafo canadiense Mike Beedell.