La protección de un santo y el bautismo de urgencia
III.Indicios de primeras atenciones
Al ingresar en la Inclusa de Madrid, el niño recién nacido pasa a ser número en los registros de una institución: 27-1.a-250 para Juan Bautista. Este número quedará grabado en el collar que le será puesto al cuello. Juan es recibido por la noche como la gran mayoría de los niños abandonados. En su caso es poco después de haberse dado la medianoche. Fue una noche fría, menos de cinco grados a la hora indicada, y bien iluminada por una luna que iba a ser luna llena y superluna al día siguiente.
¿Había nacido esa misma noche esa criatura, que en otro documento se describe como «al parecer recién nacido» (ver obra 13)? He aquí un indicio que apunta a una vida ya un poco más larga. Es el nombre de pila: Juan Bautista de la Concepción. Ese santo varón, o beato para ser más exacto, «fundador en Córdoba», se encuentra en los almanaques y calendarios del tiempo como figura a conmemorar el día 14 de febrero. Gran parte de los expósitos se encomendaban al santo de su día de nacimiento y eran bautizados con ese nombre. Era algo que tenían en común los expósitos con la mayoría de los niños sacados de pila de bautismo en su tiempo. Podríamos suponer como día de nacimiento de Juan, pues, el lunes, 14 de febrero de 1859.
Si estas conjeturas no son erróneas, habría pasado un día entero entre el parto y la conducción a la Inclusa de Madrid. Se ofrecen diferentes explicaciones: ¿no nació en Madrid y el día 15 se empleó en el viaje? Podemos descartar tal escenario porque, de ser así, se hubieran anotado los cuatro ducados de limosna que los conductores pagaban para niños de la provincia. Quizá la madre muriera después de dar a luz y solo entonces se decidió la exposición. También podría ser que el niño se considerara demasiado débil para ser sacado de casa nada más nacer en una fría noche de febrero…
Tenemos una pista más: las siglas B.C. que se resuelven como «bajo condición». Quien haya estudiado la historia del bautismo y de los bautismos de urgencia, conocerá bien ese término. Solía emplearse cuando se tenía noticia de un bautismo dado al poco de nacer el niño. Hemos de imaginar a un niño que nace con poca fuerza vital, acaso antes de tiempo, y alguna persona presente le vierte agua de socorro, pronuncia la fórmula del bautismo, da un nombre al niño y, solo así, le abre el camino a la salvación eterna. De no obrar con esa presteza y atención, el alma de la criatura estará condenada a pasar a las grises regiones del limbus puerorum que, según creencia católica vigente en el momento, no significaba ni pena ni gloria.
No nos damos cabida cuenta del impacto social y cultural de ese afán por no dejar morir a ningún bebé sin estar bautizado: los padres que acuden a santuarios para implorar una breve resurrección del niño, justo el tiempo para ser bautizado; el predicador que condena a los amos que someten a esclavas embarazadas a trabajos duros, por el peligro de abortar que le hacen correr; el hombre de Iglesia que se pronuncia a favor de la cesárea post mortem en aras del bautismo del feto extraído; los autores de tratados de obstetricia que piden una mejor formación de las matronas; los cronistas con sus relaciones de sucesos milagrosos; el dramaturgo y autor de comedias también. Todos estaban obsesionados con el concepto del limbo y clamaban por un presuroso bautismo a los pocos días del nacimiento, o sin demora ninguna, si había necesidad de ello. A esas voces habría que agregar aquella del autor apologético de las Casas Cuna del siglo XIX quien —a pesar de ser muy consciente de que las inclusas podían fomentar el vicio y que muchos bebés no ingresaban más que para morir— sin embargo, creyó necesaria la institución, primero, para salvar el honor de las madres, segundo y, ante todo para evitar el infanticidio (de niños no bautizados).
¿Quién era la persona más indicada para administrar el agua de socorro en caso de apremiante necesidad? Sin duda tal papel le tocaría a la comadre. Por estar presente en el parto y por saber formarse un juicio sobre el estado y la condición del recién nacido. Imaginamos, pues, que Juan nació en una casa particular, fue bautizado por la matrona y, probablemente, fue también ella quien lo llevó a la Inclusa junto a la noticia de que se le había administrado un primer bautismo, que quedaría por completarse con el exorcismo y los santos óleos. Es un escenario verosímil, puesto que esa anónima comadre no sería ni mucho menos la primera matrona involucrada en el destino de un expósito. [Wolfram Aichinger y Lisa Heilig.]