La historia de uno, la historia de todos
Caminaba distraído por una alfombra de hojas cuando el cartel de «Las noches del huerto» me devolvió el aroma cálido y húmedo de las noches de primavera, que darían paso al ambiente de verbena de pueblo de cada viernes, hasta el final del verano.
Mi mente viajó hacia atrás en el tiempo y recordé aquella primera vez, hace ya casi diez años en la que me asomé a «Las Noches del huerto» más por curiosidad que por otra cosa, para acabar siendo un habitual de aquel espacio en el que, con un bocadillo en una mano y una bebida en la otra, un viernes tras otro tan pronto podía disfrutar de una pequeña orquesta de cámara, como de un radioteatro o de un concurso de talentos. Un viernes tras otro, en «Las Noches del huerto» la capacidad de sorpresa e ilusión del niño que llevaba dentro salía a pasear sin complejos.
Pero no fui capaz de recordar en qué momento aquel espacio se convirtió en mi lugar para compartir con mis amigos y amigas los detalles de la semana, en el sitio en el que hizo nuevas amistades que también vivían en el barrio, ni tampoco de en qué momento sin pertenecer a aquel microcosmos del huerto comunitario, empecé a adelantar «Las Noches del huerto», convirtiéndolas en tardes de viernes tirando cables, colocando luces o montando bocadillos en la plancha, para que aquel espacio acogiera a todos sus asistentes con el mismo calor y cariño que yo sentí desde aquella primera vez, que me llevaron poco a poco a abrazar aquel proyecto como si fuera mío.
Diez años dan para mucho y muy bueno.
Nos vemos en «Las Noches del huerto».