Febrero 2024

La medida del tiempo en la Prehistoria

Llamamos calendario a un sistema que, con propósitos civiles o religiosos, organiza largos intervalos de tiempo en períodos de tiempo más cortos (como el año y el mes) utilizando como unidad básica el día. Se desconoce cuándo se establecieron los primeros calendarios. No hay evidencias arqueológicas de la capacidad de los humanos de predecir los cambios estacionales en el Paleolítico Inferior y el Medio, que terminó hace unos 40.000 años. Ya en el Paleolítico Superior podemos especular con la existencia de señales correspondientes a una única fecha, considerada muy importante y que suele corresponder a un solsticio, día en que el Sol de mediodía alcanza su máxima o su mínima altura anual y marca el inicio de un cambio en su comportamiento. Algunas cuevas en España y Francia fueron muy frecuentadas (como indican su decoración o los restos encontrados en su interior) y elegidas hacia finales del Paleolítico Superior como cuevas-santuario, quizás por su orientación solsticial, aunque no se puede confirmar. Como ejemplo, el interior de la cueva del Parpalló queda iluminado a la salida del sol en el solsticio de invierno; el de la cueva de Lascaux, a la puesta de sol en el de verano. Sin embargo, en las pinturas en cuevas no hay representaciones de la luna, el sol o los planetas más brillantes, e incluso las de las estrellas son dudosas. Es más, no se han identificado alteraciones del paisaje (ni siquiera pequeños megalitos) que pudieran tener un uso como indicadores del tiempo o de observación del cielo durante todo el Paleolítico. En definitiva, desconocemos los ritos paleolíticos y, además, es arriesgado tratar de interpretar cualquier indicio remoto con mentalidad, prejuicios, ilusiones y conocimientos actuales.

El ciclo lunar sin duda fue relevante para los humanos: el riesgo de sufrir ataques vespertinos por depredadores es mayor cuando la luna aún no ha salido o su luz es muy débil, y es menor con la luna llena. Dado que el ciclo de los evidentes cambios de la luna noche tras noche es relativamente corto, se pudo llevar la cuenta de su evolución de memoria. La sugerencia especulativa de que marcas encontradas en unos pocos huesos o bastones de madera realizadas durante el Paleolítico Superior pudieran representar el ciclo lunar de 29 días no convence a muchos estudiosos. Quizás sí puedan indicar una capacidad de registro simbólico, pero desconocemos a qué se referían. Cabe también elucubrar sobre la capacidad de los humanos de predecir las estaciones, que pudiera ser relevante para desplazamientos en busca de agua y alimentos, con un conocimiento ancestral del comportamiento de los animales que cazaban o las plantas que recolectaban, así como para el agrupamiento o dispersión estacional de grupos humanos, etc. Pero no hay indicios de que contaran lunas para estos fines.

La situación cambió en el Neolítico al desarrollarse la agricultura y la ganadería, hace unos diez mil años, con la consiguiente dependencia del ciclo anual de las estaciones. Dado que las estaciones se identifican más con el clima que con la luna u otros fenómenos astronómicos, los primeros indicadores de las actividades agrícolas posiblemente fueron naturales, conocimientos que se transmitirían de generación en generación. En la cuenca mediterránea, la floración de determinadas plantas, la migración de las grullas, la llegada de las cigüeñas, el canto del cuco, la aparición de los nuevos brotes en los árboles y otras señales pudieron ser predictores de la época de la siembra de los distintos cultivos. Referencias de este estilo son frecuentes en textos de época histórica (Hesíodo, Arato, Virgilio, Columela), que pueden ser reflejo de antiquísimas tradiciones.

Por otra parte, no se puede descartar que la sucesión de lunaciones se usara para actividades cúlticas, no en vano todos los calendarios más antiguos conocidos históricamente se basan en una sucesión de meses lunares. En ocasiones eran incompletos, es decir sólo se adoptaban los meses lunares en la época correspondiente a la estación agrícola, quedando el resto del año solar fuera del calendario. (En época histórica tenemos el caso del legendario primer calendario romano o el de los iban de Borneo. En muchos lugares se daba a la luna tal importancia que se deificó como uno de los dioses o diosas principales: el rey sumerio Rim-Sin I de Larsa describe la luna como el dios Nanna «que establece los meses y completa el año», lo que podemos interpretar como que la luna era la base principal de los calendarios de aquella época, y presumiblemente de los anteriores.)

El progresivo sedentarismo de las poblaciones durante el Neolítico dio lugar también a construcciones megalíticas cuya orientación en algunos casos pudo realizarse con criterios astronómicos. Son construcciones ceremoniales en Egipto, Europa, la cuenca mediterránea y en otros lugares especiales en que destaca, gracias a una gran piedra o similar, una orientación hacia la salida o puesta solsticial del sol. También hubo puntos de observación desde los que en una fecha señalada se ve el sol salir hacia un pico u otro relieve peculiar en el horizonte. Pero en ningún caso constituyen un calendario propiamente dicho. En definitiva, para la mayor parte de la población sólo existían algunos días de interés en el ciclo estacional, que señalaban la celebración de una festividad, ceremonia o ritual, además de los de interés agrícola y ganadero. No necesitaban disponer de un calendario en que se reflejaran todos y cada uno de los días, como en los calendarios tipo almanaque a los que estamos habituados. Posiblemente ni contaran con una palabra para el concepto de calendario, como ocurre en pequeñas comunidades de Oceanía.

El aumento de la población sedentaria dio lugar en Sumeria a las ciudades-estado, la invención de la escritura, el desarrollo de la burocracia y de códigos legales. Y también al establecimiento de calendarios complejos y completos, como se puede colegir de tablillas en que se especifican fechas concretas como «el día 25 del mes de ammar-a-a-si», del calendario de la ciudad sumeria de Girsu (hacia 2038 a.e.c.). En ese milenio ya se habían establecido numerosos calendarios lunisolares sumerios y semíticos, no en vano muchas ciudades importantes de Mesopotamia contaban con el suyo propio. Pero esta es otra historia, que culminaría con el abandono total del ciclo lunar y el establecimiento de un calendario estrictamente solar, el calendario juliano.

 

Pere Planesas Bigas, actualmente jubilado, ha trabajado como investigador en astrofísica en el Observatorio Astronómico Nacional de España, el Instituto Tecnológico de California (Caltech) y el Observatorio Europeo Austral (ESO), en Chile.

Para saber más:

Kelley DH, Moline EF. 2011. Exploring Ancient Skies, Ed. Springer

Planesas Bigas P. 1999. La medida del tiempo. Una aproximación a la historia de los calendarios, Ed. Andersen Consulting.

Robbins LH. 2000. Astronomy and Prehistory, en Astronomy across Cultures, Ed. Kluwer AP.