Diciembre 2023 / Enero 2024

Iniciación al olivar ecológico

Según Monserrat —veterano ecólogo e investigador— «agrobiosistemas son aquellos ecosistemas en los que el hombre simplifica su estructura, especializa sus comunidades, cierra ciclos de materia y dirige el flujo energético hacia productos cotizados». En esta definición se encierra una de las pocas recetas válidas en agricultura ecológica. Se trata de tomar un ecosistema, o de recrearlo —dándose cuenta de que lo es—, y aplicar los cuatro pasos mencionados: simplificar su estructura, especializar sus comunidades, cerrar los ciclos de nutrientes y dirigir el flujo de energía hacia las aceitunas y el aceite, en nuestro caso. Puede parecer sencillo, pero tiene algunas dificultades prácticas.

Para poner en cultivo un territorio hay que empezar por «simplificar la estructura» del ecosistema que contiene. Hay que quitar de en medio a aquellos seres vivos, o conjuntos de seres vivos, que molestan por alguna razón: porque compitan con el cultivador en el aprovechamiento del producto buscado; o porque compitan con la planta por el agua, los nutrientes, la luz o el mismo espacio para vivir; o, simplemente, porque estorben en el acceso para la recolección o las tareas de cuidado; o por lo que sea. Lo que está claro es que desde que el hombre empezó a hacer agricultura, siempre ha empezado simplificando y que ha seguido, a lo largo de toda la historia, manteniendo esa simplificación inicial o haciéndola mayor.

Al simplificar un ecosistema, eliminando numerosos componentes (de su flora y su fauna) del ecosistema original, interrumpiendo así, las relaciones que mantenían, se reduce la diversidad-complejidad de su estructura y, como consecuencia, disminuye la madurez-estabilidad del mismo. Es inevitable. Para manejar un ecosistema y obtener una producción en cantidad suficiente, es imprescindible simplificar su estructura al tiempo que se especializan sus comunidades. No hay otra forma de hacerlo. De un ecosistema maduro, complejo, como lo son los bosques naturales o las marismas bien conservadas, es muy difícil obtener producción alguna, pues todo lo que se produce se consume dentro del mismo ecosistema; por decirlo llanamente, en un ecosistema maduro no sobra nada, todo se aprovecha. Para que podamos extraer nuestra parte, en cantidad suficiente, es imprescindible que simplifiquemos, en algún grado, el sistema.

En términos de ecología clásica, la agricultura representa una regresión en la sucesión ecológica hacia etapas menos maduras, en las que la relación producción-biomasa es más alta (mayor la tasa de renovación), lo que permite una extracción más fácil.

Como norma general a mayor simplificación corresponde mayor producción, pero también mayor caída de la estabilidad. Esta caída de la estabilidad se intenta remediar mediante las aportaciones de energía y materiales de fuera del sistema (trabajo humano y animal, combustibles fósiles, fertilizantes orgánicos o minerales, productos fitosanitarios naturales o de síntesis química), aportaciones que deberán ser tanto mayores cuanto mayor sea el estado de regresión, mayor la reducción de la diversidad.

Cuando la simplificación es excesiva suelen presentarse consecuencias no deseadas, como, por ejemplo, la proliferación de poblaciones de insectos fitófagos (lo que se suele conocer como plagas del cultivo). Si el problema ha sido causado por la reducción excesiva de la diversidad, la solución pasará —con bastante probabilidad— por la restauración de la diversidad perdida. Pero no cualquier diversidad, aumentando de cualquier manera el número de especies presentes. Habrá que reconstruir una diversidad funcional, útil, que nos sirva para mantener la estabilidad sin afectar a la producción.

No hay recetas universales, nos queda mucho por aprender, pero hay una regla que puede servir para empezar: la diversidad se reconstruye a partir del escalón de los productores fotosintéticos, de las plantas verdes; sobre un escalón de productores variado es mucho más fácil que se instale toda una pirámide trófica diversa, incluyendo también a los organismos (de todos los tamaños) que habitan en el suelo, no sólo a la fauna auxiliar, los llamados «insectos benéficos».

El olivar tradicional —sobre todo el de secano— es un cultivo extensivo con, relativamente, escasa demanda de aportaciones externas. Esto supone una posición de ventaja, relativa, para plantear el cultivo ecológico. Si la simplificación no es excesiva es muy probable que la estabilidad sea suficiente y se pueda llevar a cabo el cultivo con la única precaución de no reducir la diversidad existente. Es el caso de algunos olivares ecológicos situados en muchas comarcas de sierra en las que a la posición de madurez intermedia, con cierta complejidad y estabilidad del «agrosistema olivar», hay que añadir la especial estructura paisajística de sus olivares, con múltiples discontinuidades en forma de manchas de vegetación espontánea, arbustiva e incluso arbórea, que ocupan linderos, barrancos, escarpes y, en general, cualquiera de las abundantes irregularidades topográficas. Esta estructura ofrece una resolución al dilema «conservación-explotación», por medio de la localización espacial de zonas donde se asienta la estabilidad —reductos de vegetación— junto a zonas donde lo prioritario es la producción. Se trata de una solución muy similar a la que se da en otros paisajes agrarios con los sistemas de setos.

La situación es muy diferente cuando el paisaje es un ininterrumpido manto de olivares, sin asomo de variación, como en tantas campiñas, a lo que se añaden unos suelos desnudos como desiertos (limpios, les suelen llamar). Ya no hay nada a conservar, habrá que reconstruir la diversidad, y habrá que reconstruirla comenzando por la diversidad vegetal: sembrando cubiertas herbáceas o, en algunos casos, quizás sea suficiente dejar vivir a las hierbas que espontáneamente se presentan.

 

Manuel Pajarón Sotomayor es ingeniero agrónomo jubilado. Su vida profesional ha transcurrido prácticamente completa en la Sierra de Segura (Jaén), primero como agente de extensión agraria en la Agencia Comarcal de Beas de Segura, y, después, en la misma localización, como director de la Oficina Comarcal Agraria de la Sierra de Segura. Ha dedicado su actividad profesional preferentemente (aunque no en exclusividad) al olivar ecológico desde sus inicios, hace más de 35 años. Es socio fundador de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE).