Abril 2025

El fogón, centro de la vida doméstica y aula de trasmisión de la cultura rural
El «fogón es el sitio adecuado en el suelo de la cocina para hacer fuego y guisar», según lo define la Real Academia Española. En efecto, el fuego, que permanecía encendido durante todo el día, permitía cocinar los alimentos, a la vez que templaba esta estancia de la casa donde transcurría la vida familiar. Los fogones fueron desapareciendo de las cocinas de los pueblos españoles a partir de los años setenta del pasado siglo con la llegada de la calefacción y de los electrodomésticos, lo que, a su vez, trajo consigo unas nuevas formas de vida doméstica.
Junto a la lumbre, como así se le llamaba coloquialmente al fuego, había siempre unos cuantos olleros para sujetar ollas y pucheros y unas trébedes apoyadas sobre las brasas para poner las sartenes.
Del interior de la campana colgaba un calderillo donde cocía durante todo el día la pastura o comida para los cochinos, compuesta por mondarajas (peladuras de patata), berzas troceadas o pan duro, exponente de una economía doméstica basada en el autoconsumo y en el aprovechamiento de todos los productos que ofrecía el campo.
A ambos lados del fuego se situaban los vasares donde el ama de casa colocaba, además de algunos vasos descabalados por las sucesivas herencias, el menaje de aquella época (jícaras, fiambreras, candiles, y alcuzas, entre otros). Un vasar mayor, llamado chanza, recorría de lado a lado la parte superior del fogón y en ella se lucían los brillantes pucheros de porcelana, aunque casi todos con alguna huella de estaño sellando sus melladuras.
Las familias que se sentaban en torno al fogón, en los años previos a las grandes migraciones de los años setenta en España, eran familias extensas de las que también formaban parte los abuelos y los tíos solteros. Era ésta la única forma de sobrevivir en una sociedad empobrecida a la que todavía no habían llegado las prestaciones sociales.
La actividad doméstica la iniciaban las mujeres de la casa al rayar el día con el encendido de la lumbre para preparar el desayuno y el almuerzo a los hombres que salían al campo o a cuidar del ganado. Las támaras (ramas secas de encina o carrasca) se colocaban en primer lugar, y sobre éstas, los chapodos (troncos y ramas grandes de encina o carrasca). Un soplido de los fuelles sobre las brasas que quedaban de la noche anterior solía ser suficiente para arrancar la llama.
Al mediodía, el repique de los almireces en todas las cocinas de la vecindad anunciaba la hora de la comida, casi siempre cocido de garbanzos con algún hueso de la matanza. También era habitual el maullido de algún gato al que el ama de casa había sorprendido sacando una tajada de la sartén.
Pero si durante el día la cocina había sido el centro del ajetreo familiar, por la noche se convertía en un remanso de paz, al que acudían familiares e incluso vecinos a charlar y descansar alrededor de la lumbre. Los hombres hablaban del tiempo o de cómo pintaba la siembra, sin dejar de atizar la lumbre. Por su lado, las mujeres, en un corro aparte, cosían y tejían a la luz de la bombilla, seguidas con atención por las más jóvenes y por los niños que hacían las tareas de la escuela sobre la mesa de la cocina.
Las primeras radios que llegaron a estos pueblos, a finales de los años cincuenta también se escucharon junto al fogón. Los hombres prestaban especial atención al parte (las noticias) de las diez y los de ideología de izquierdas a la emisora del Partido Comunista de España que emitía desde Moscú, la denominada Radio Pirenaica, aunque hay que señalar que los intentos de escuchar esta emisora se veían casi siempre frustrados por las continuas interferencias y por el bajo volumen a que obligaba la clandestinidad de aquellos años. Sin embargo, lo que emocionaba hasta las lágrimas a las mujeres y a las chicas jóvenes eran los consejos que desde Radio Andorra daba Doña Elena Francis a las muchachas descarriadas para atraerlas al «redil de la moral y las buenas costumbres», de acuerdo con la moral del régimen franquista.
Parecía que el tiempo se detenía en aquellas largas veladas nocturnas que transcurría entre charlas, costuras, noticias y consejos. Sin embargo, allí tuvieron lugar hechos trascendentes de los que quizás no fueron conscientes nuestros antepasados, como lo fue la trasmisión oral a las jóvenes generaciones de la cultura rural, así como su adoctrinamiento social; y la humilde cocina fue el aula donde estas enseñanzas, con sus luces y sus sombras, tuvieron lugar. El objetivo de estas palabras es precisamente el de preservar y difundir el valor de esta estancia que centralizó la vida doméstica y la trasmisión de la cultura y de las tradiciones nuestros pueblos.
María Pilar Villalba Cortijo, Licenciada en Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid, especialidad en Historia Moderna, es conservadora del Museo del Pastor y del Labrador en la localidad de Masegoso de Tajuña (Guadalajara), del que fue fundadora; una institución creada en el año 1999 para preservar y difundir la cultura rural.