«Leche preñada»

«Leche preñada»
1680-1686. «Santa Águeda», Luca Giordano Santa Águeda es patrona de mujeres lactantes y protectora contra males del pecho, muy venerada antaño en palacio como en las aldeas. La pintura alude al martirio de la santa a quien se le cortaron los pechos, pero acaso también al vínculo simbólico entre la sangre y la leche, entre los ciclos de embarazos, lactancias y la subsiguiente vuelta de la fecundidad © Museo del Prado, Madrid.

«Leche preñada»

I.Ritmos de vida y muerte en un pueblo de la Sierra

«De edad de once meses empecé a enfermar y lo atribuyó mi madre que la ama me dio leche preñada, y se lamentaba desta desgracia y alquiló otra ama, y tras ésta otras ocho, con que tuve diez amas: así salí yo de mala […]»

Úrsula Suárez, Relación autobiográfica

La voz «leche preñada» ya no forma parte del vocabulario actual. Hasta bien entrado el siglo XX la gente la comprendía y entendía sus resonancias culturales. Quedan patentes en el relato autobiográfico de la monja indiana Úrsula Suárez (1666-1749) y otros testimonios de la temprana Edad Moderna. Es la leche dada por una mujer embarazada, ya fuera madre o nodriza. Se creía que esa leche podía causar daño tanto al feto como al niño que siguiera mamando. Se temía lo pernicioso de tal leche en los pueblos de Mallorca o Galicia de comienzos del siglo XX lo mismo que en la corte de los Austria, donde una nodriza del príncipe Felipe Próspero se quejaba amargamente —según crónica de junio del año 1658— del control a que se le sometía y a las concomitantes afrentas contra su intimidad: cualquier cortesano se creía con derecho de levantarle las faldas para averiguar si le había vuelto su sangre menstrual. Precauciones parecidas se tomaron en las casas nobles o burguesas que empleaban nodrizas hasta bien entrado el siglo XX: procuraban que esas amas que formaban parte del hogar no tuvieran trato íntimo con el esposo durante el tiempo de lactancia.

Atemos algunos cabos: En lactancias prolongadas la ovulación suele volver a partir de los quince meses, mes más, mes menos. Quince meses es el periodo de lactancia que con buenas razones suponemos para los hijos de Paula Martín; es el número de meses que sumado a un nuevo embarazo haría que los partos se espaciasen dos años. Es la cifra que figura en buen número de certificados para nodrizas de aldea. Es el número que, sumado a los nueve meses de embarazo, explicaría los dos años de descanso entre parto y parto que vimos en la biografía de Paula Martín y en tantas otras mujeres comunes. Quince meses más nueve meses podría ser la fórmula secreta que regula los ritmos vitales de las comunidades rurales.

Los quince, quizá dieciséis meses y la «leche preñada» acaso podrían ser percibidos como umbrales, como marcadores de una frontera temporal: «Ya no te fíes, puedes quedar en estado, aunque mame un hijo». O también: «Estás embarazada, deja ya de dar el pecho, puede causar daño».  O, ¿por qué no? «Ahora es el momento de aprovechar la leche que queda para ganar unos cuartos con un niño de la Inclusa. ¡Y nada de revolcones en la cama, que podrían malograr el asunto!». [Wolfram Aichinger.]