La cultura de la tierra
El trabajo en nuestro huerto nos ha devuelto también el contacto con la tierra, permitiéndonos conectar de alguna forma con los ritmos naturales que nuestras vidas urbanas se empeñan en desterrar. Volver a observar la luna, reconocer el comienzo de las estaciones, saber cuándo plantar, cuándo esperar o cuándo recolectar son regalos que hemos ido obteniendo a lo largo de estos años. Y ligado a ello, emulando la vida de antaño, nos hemos empeñado en recuperar leyendas, tradiciones, cuentos de viejas y todas esas fiestas paganas que veneraban a la Tierra y sus momentos especiales, reconociéndole ese aspecto de Madre nutricia sin la cual es imposible la vida.
Hemos ido incluyendo en nuestra realidad cercana fiestas como la de la calabaza, en otoño, la Fiesta de la primavera, la Fantasmal compaña en torno a Samhain, la Candelaria (que es también Imbolc, uno de los cuatro principales festivales del calendario celta)…, asociando a la tierra, al alimento y al cultivo el poder femenino (no exclusivo de la mujer) que le es inherente y, junto a ello, la forma de ejercer el liderazgo de las mujeres. Feminizar el gobierno de un sitio por medio de la autogestión, la autofinanciación, el asamblearismo, la horizontalidad y el consenso en vez de las votaciones no es nunca tarea fácil, la estructura social habitual va siempre en otro sentido.
Pero es precisamente lo que nos ha hecho llegar más lejos. Y conformar un grupo humano cohesionado capaz de elegir sus propios objetivos y modos de hacer las cosas, confirmando lo que solo intuíamos al principio, que si afectamos a la Tierra con nuestras acciones, ella nos afecta de igual modo y, a poco que se lo permitamos, nos enseña y nos transforma hasta llevarnos a lugares que no creíamos posibles.