Dolores de una madre

Dolores de una madre
1859. «Papel que acompaña al expósito Pedro de San Juan» del 6 de febrero de 1859. ‘Family Search’, Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, Expósitos y huérfanos, ARCM_027_0013_0007823_001, 1859 ene-1859 dic, Film-Nr. 105685299, Imágenes 496 y 497 © Archivo Regional de la Comunidad de Madrid

Dolores de una madre

IV. Imaginarios colectivos

El papel lo escribió una persona que tenía a mano papel, pluma y tinta y que sabía escribir con soltura, ortografía buena y estilo suelto, empleando el tono y las extrañas expresiones en que chocan la brutalidad del acto y la esperanza puesta en la caridad institucional personificada a que se acoge: «Esta criatura la arroja la madre en brazos de la Santa Caridad».

No se revela el motivo de la exposición, pero podemos suponer que es un asunto de honra y no de falta de recursos. La madre promete un reencuentro apresurado en el momento en que lo sea «posible», y para tal fin se encomienda a santa Balbina cuya reliquia el niño llevará pendiente del cuello en una bolsita. Balbina —la santa fue hija de acaudalada familia romana, virgen y mártir— también es el nombre propuesto por la misiva, junto a María y Doroteo, en el caso que nazca niña. Además, se quedará la remitente con copia de la carta que está redactando y que en el día de la recogida se puede «confrontar» con la que acompañará al expósito.

La carta se fecha con febrero de Madrid, suponemos que fue el día 5 o 6. Conmueve la frase que se intercaló entre texto y fecha unas horas después, por la misma mano, una mano empero que aprieta la pluma con poca fuerza: «ha nacido a las cinco de la mañana».

Son muchos los papeles redactados (o dicen haber sido redactados) por las propias madres, muy variados en su extensión y estilo. Muchas de ellas contienen palabras que expresan la profunda pena y el desconsuelo de la madre que no puede quedarse con su hijo. Lo que hace particular a la carta que presentamos y que le dota de más credibilidad aun es el hecho de que la madre hable de sus dolores de parto, renunciando a la maternidad en el momento justo en que su cuerpo implacablemente la empuja a ser madre.

Los registros de la Inclusa dan a conocer el fin de la historia: no nacerá niña sino niño.

Llevará el nombre decidido por la madre: Pedro. De nada le valdrá la protección de la reliquia, por lo menos en lo que va de su brevísimo camino en la tierra. Es recibido en la Inclusa el día 6 de febrero a las 7 menos cuarto de la mañana. Lleva la reliquia puesta. Una semana más tarde lo acogerá en su casa una tal Matea Bartolomé, residente en Algete (Madrid) quien dispone de la leche dada a un hijo suyo, muerto a la edad de dos meses y medio el día 11 del mismo mes, según certificado del cura ecónomo del 12 de febrero de 1859. Pedro no durará mucho en ese nuevo hogar: morirá el 27 del mismo mes a causa de «una catarral», según dictamen del facultativo. [Wolfram Aichinger.]