Marzo 2025

Pasados conmovedores. Inmigrantes y emociones en el Bilbao franquista

Recientemente, la galardonada película El 47 (2024) de Marcel Barrena ha vuelto a poner el foco sobre las migraciones interiores que tuvieron lugar en la España franquista. Más allá de las opiniones sobre su calidad artística, cabe destacar la gran carga emotiva que el largometraje ha asociado al recuerdo de dicho fenómeno migratorio, resaltando la autoafirmación orgullosa de los protagonistas ante condiciones materiales vergonzantes.

No es nada nuevo que el cine aborde la movilidad humana durante el franquismo con grandes dosis de sensibilidad; baste recordar la desgarradora historia que José Antonio Nieves Conde contaba en Surcos (1951). Y es que, además de ser un recurso narrativo esencial para representar—o, si se prefiere, encarnar— a los migrantes, las emociones también son una parte central de su experiencia vital y de la valoración que ellos mismos hacen de su realidad. De ahí que resulte llamativo que, en muchos trabajos académicos, la subjetividad afectiva quede, o bien difuminada en análisis identitarios y socioeconómicos, o bien patologizada en una jerga más propia de la psicología clínica. En este sentido, y como las mencionadas obras cinematográficas parecen sugerir, la España de mediados del siglo XX constituye un escenario privilegiado para estudiar el papel que el factor emocional desempaña en la percepción que las sociedades de acogida tienen de los migrantes, así como en las propias vivencias de estos últimos.

Desde principios de los años 40, como es bien sabido, la pobreza y el hambre de posguerra asolaron zonas rurales de Extremadura y Andalucía, pero también de Galicia y de las dos Castillas, forzando a muchas familias a emprender un incierto éxodo hacia las áreas urbanas e industrializadas del país. A partir de entonces y, de manera creciente, en las décadas de 1950 y 1960, las grandes ciudades españolas —Madrid y Barcelona, principalmente— recibieron a miles de compatriotas que huían de la miseria que sufrían en el campo. Ante la falta de soluciones habitacionales asequibles para los recién llegados, fueron apareciendo asentamientos chabolistas y focos de marginalidad que cuestionaron tanto el aspecto de prosperidad de las urbes receptoras como la esperanzada búsqueda de felicidad que también había motivado esos desplazamientos. A mediados del siglo XX, el régimen franquista emprendió el derribo de barracas y la construcción de pisos para controlar lo que el entonces ministro de vivienda, el bilbaíno José Luis Arrese, describía como una «inmigración anárquica» que, al atentar contra el «sagrado recinto del hogar», generaba un problema «moral».

Además de Madrid y Barcelona, Bilbao también fue una de esas ciudades que vio como su fisonomía urbana y social cambiaba rápidamente por los flujos migratorios procedentes de regiones cercanas —Cantabria, Castilla y León, y Galicia— y de otras más lejanas —Extremadura y Andalucía—. Entre 1940 y 1970, la población de la capital vizcaína se duplicó, lo que ocasionó la extensión del subarriendo y la aparición de numerosos complejos chabolistas. Así, a mediados de la década de 1950, surgió Masustegi en la ladera del bilbaíno Monte Carmelo, donde se asentó un nutrido grupo de forasteros, en su mayoría gallegos. Las construcciones precarias de los migrantes también ocuparon zonas mucho más céntricas de la ciudad, como la Campa de los Ingleses, en cuyas proximidades hoy se sitúa el icónico Museo Guggenheim. Estimaciones de la época apuntaban a que, a la altura de 1961, algo más de 26.000 personas habitaban cerca de cinco mil infraviviendas repartidas por veintiséis puntos de Bilbao.

Aquel creciente problema social pronto saltó a las páginas de los periódicos locales, los cuales, desde la doctrina cristiana y para reclamar la intervención de las autoridades, comenzaron a describir la situación habitacional de los recién llegados como una «triste realidad» que encogía «el corazón […] y debería avergonzar a todos». A principios de la década de 1960, ante esta presión, el régimen franquista puso en marcha la edificación de 500 viviendas en el barrio barraquista de Uretamendi y varios bloques de pisos en Otxarkoaga, un poblado dirigido de nueva construcción a las afueras de Bilbao. El aparato propagandístico de la dictadura, que llegó a encargar al director de cine Jordi Grau un documental sobre el proyecto urbanístico, también recurrió a las emociones para presentar a Franco como el «propulsor» de una acción que aspiraba a sacar a miles de personas de «su triste congoja» para que sintieran «la alegría del hogar sano». Esta retórica sentimental sirvió para justificar su traslado forzoso a los nuevos emplazamientos, cuya localización geográfica y características presagiaban la permanencia de sus habitantes en la marginalidad.

En los últimos años del franquismo y en los primeros de la democracia, no obstante, las condiciones materiales de los migrantes mejoraron progresivamente, gracias, entre otras cosas, a la acción social de la Iglesia católica y, sobre todo, a las reivindicaciones de las asociaciones vecinales. A pesar de todo, estos nuevos bilbaínos siguieron enfrentándose a situaciones de exclusión y a relatos en los que aparecían como seres inadaptados que alteraban la alegría civilizatoria de la ciudad. A esta mala fama también contribuyeron el tráfico de drogas y la delincuencia juvenil que, en los años 80, afectaron a barrios de mayoría inmigrante. Aun así, varios testimonios sugieren que la superación de las penurias iniciales fue dejando atrás la vergüenza que otrora muchos habían sentido como mecanismo de adaptación a un contexto estigmatizador. Con el tiempo, la tristeza y el sonrojo dieron paso a un fuerte sentimiento de orgullo por unos orígenes humildes y foráneos que, además de presentarse como elementos identitarios dignos de reconocimiento social, eran prueba de los esfuerzos por integrarse en la sociedad de acogida.

Así, las emociones no solo estuvieron presentes en las narrativas públicas sobre los que llegaron a la capital vizcaína durante el franquismo, sino también en su propia experiencia en esos años y en su posterior adaptación al entorno. En definitiva, y como el caso de Bilbao demuestra, la centralidad que esta dimensión emocional tuvo para los migrantes en aquella sombría España ha convertido sus historias de vida en pasados conmovedores.

 

Luis G. Martínez del Campo es investigador en Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. En la actualidad, disfruta de una ayuda Ramón y Cajal 2021, bajo el título Contemporary International History / Language and Diplomacy. The Cultural Dimension of Twentieth-Century International Relations, RYC2021-034985-I, Agencia Estatal de Investigación, Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, Fondos Next-Generation-EU.

Para saber más:

López Simón, I. 2016. «Otxarkoaga, un caso de poblado dirigido en Bilbao. De la chabola a la marginalización urbana en el desarrollismo franquista», Historia Contemporánea, 52: 309-345.

Martínez del Campo, LG. 2023.  «Ciudadanos melancólicos. Narrativas emocionales sobre la inmigración en el Bilbao franquista», Investigaciones Históricas. Época Moderna y Contemporánea, 43: 209-235.