Diciembre 2025 / Enero 2026

Los paisajes del esparto

Aunque son varias las especies vegetales que se conocen como esparto, en este caso hablamos de Stipa tenacissima, una gramínea endémica del Mediterráneo Occidental, de distribución íbero-magrebí, que extiende su área desde la Península ibérica hasta Libia, acariciando por el norte las tierras desérticas saharianas.

En la Península Ibérica, el esparto crece formando parte de los matorrales mediterráneos en zonas secas y soleadas, o bien en formaciones donde es dominante, llamadas espartizales, espartales, atochares o atochales. La mayor superficie la encontramos en el cuadrante sureste ibérico, en las tierras de Albacete, Murcia, Almería, Granada, Jaén o Alicante, en la región que los romanos llamaron el Campus Spartarius, la tierra del esparto, el Spartarion Pedion, de Estrabón, atravesado por la Vía Augusta. Se da, sobre todo, en terrenos calizos, en exposiciones soleadas y sobre suelos pobres, a menudo esqueléticos.

Las evidencias arqueológicas del uso del esparto se remontan, nada más y nada menos, que a unos 12.500 años atrás, datación de las cuerdas de esparto halladas en las cuevas valencianas de Santa Maira, aunque aún más sorprendentes son los magníficos cestillos de la Cueva de los Murciélagos de Albuñol, en Granada, de factura exquisita, con una edad de unos 9.500 años, en contexto mesolítico. Restos de esparto carbonizado, improntas en cerámica o piezas aparecen también en los poblados argáricos, en yacimientos íberos, romanos, andalusíes, etc.  Se conservan en muy buen estado en Cartagena, la Cartago Spartaria romana, trabajos de cestería de esparto hallados en las minas romanas de la zona. Desde aquellos cestillos de Granada —los restos de cestería más antiguos hallados en Europa, con mechones de cabello y cápsulas de adormidera—, la cestería del esparto forma un cuerpo ininterrumpido de conocimientos hasta la actualidad, mantenido por cientos de generaciones de personas portadoras y custodias de estos saberes.

Con mucho acierto, la investigadora suiza Bignia Kuoni, en los años 80 del siglo XX, denominó a este cuerpo de conocimientos tradicionales, la «cultura del esparto», declarada en 2019 en España Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial.

El manejo y gestión de los espartizales desde la Prehistoria ha ido configurando un paisaje cultural, en el que se han ido potenciando las atochas, eliminando otras plantas, cultivando el esparto, seleccionando y cuidando plantas por la calidad y longitud de su fibra, de manera que podemos hablar de un verdadero proceso de domesticación que tuvo lugar en la Península ibérica. La primera referencia a las plantaciones de esparto la encontramos en los textos de Varrón (117-27 a.n.e) en su obra Res Rustica, donde aconseja que se plante esparto en las explotaciones agropecuarias para disponer de materia prima para cordelería. Opina también Varrón, al contrario que Plinio, que no es una planta silvestre. Los primeros comerciantes del esparto fueron griegos y fenicios, pero la explotación de la materia prima corría a cargo de los nativos que gestionarían los espartizales. Esa primera intensificación de la demanda, continuada por cartagineses y romanos, podría estar en el origen de la domesticación paulatina de la planta. En los restos arqueológicos, al contrario que con otras plantas, no podemos saber si el material procede de plantaciones o de poblaciones silvestres, por lo que sería difícil fijar una fecha para esta domesticación.

El Servicio del Esparto, centro de investigación dependiente del Ministerio de Agricultura, funcionó entre 1948 y 1960, en plena autarquía española. Publicó diversos estudios sobre esta fibra, disponiendo de campos de experimentación en el pueblo albaceteño de Hellín, una de las ciudades clave del paisaje espartero. Con diversos momentos de auge y abandono a lo largo de la historia de esta fibra, la entrada de otros materiales como el yute y la generalización del uso de los plásticos a finales de los años 60 y comienzos de los 70 del siglo pasado supusieron el declive para la fibra del esparto, hasta entonces uno de los recursos forestales más valiosos para la economía española.

Los usos del esparto abarcan un amplísimo abanico que va desde la cestería, en campos como la agricultura, ganadería, el hogar, la pesca, etc., a la fabricación de pasta de papel, pasando por la cordelería y la elaboración de sacos.  En la actualidad pervive el uso de esparto en la fabricación de esparto para escayolas y en cordelería, mientras que la cestería lúdica del esparto cobra cada día más vigor gracias a los numerosos corros esparteros que se están creando en diferentes puntos de la geografía española. El trabajo con el esparto es terapéutico, mejorando la psicomotricidad, la habilidad con las manos y la comunicación cuando se trenza en grupo, en un círculo, rememorando el grupo en torno a la hoguera.

Estos atochares, como el de la imagen que ilustra esta Pieza del mes, localizado en la sierra de Montearagón, cerca de Chinchilla, en Albacete, conforman un paisaje cultural, humanizado, resultado del manejo y gestión de los espartizales y el uso intensivo, diverso y continuo de la fibra del esparto desde hace milenios. Una herencia ancestral, legado y huella de los hombres y mujeres del esparto en el paisaje del sureste ibérico, la tierra del esparto.

 

José Fajardo Rodríguez, Doctor en Ciencia e Ingeniería Agraria por la Universidad de Castilla-La Mancha y profesor de la Sección de Naturaleza en la Universidad Popular de Albacete, trabaja en el campo de la Etnobiología, tanto en investigación y divulgación como en la educación no formal de personas adultas, impartiendo contenidos relacionados con la interpretación ambiental, cestería del esparto, micología y etnobotánica.

 

Para saber más:          

Espartopedia.

Barber A, Cabrera MR y Guardiola I. 1997. Sobre la cultura de l´espart al territori valencià. Ed. Fundació Bancaixa.

Kuoni B. 2003. Cestería tradicional ibérica. Ed. Del aguazul.