Septiembre 2025

Ciclo vital y aprendizaje en una obra del Prado del siglo XVIII
En cualquier sociedad humana los sistemas matrimoniales y de parentesco determinan que sus miembros establezcan vínculos que superan los meramente biológicos, como así ocurre también con cualquier otro aspecto de las relaciones humanas, en concreto en las relativas a la transmisión del conocimiento. Crecemos tan lentamente porque necesitamos tiempo para aprender en sociedad mientras se desarrolla muestro cerebro: el cerebro madura tisularmente gracias a la experiencia externa, con la que se construye la red de interconexiones neuronales y se densifica la mielina que recubre los axones que unen las neuronas, lo que hace que la transmisión de información que recibimos del medio exterior y con la que respondemos ante sus estímulos sea más eficaz.
Aprender a hablar, a leer y a escribir, a contar, a leer una partitura y tocar un instrumento, todo ello se basa, sin duda, en nuestro gran cerebro, que se triplicó en tamaño en dos millones de años. Pero nuestros grandes cerebros de nada sirven si no tenemos tiempo para crecer y aprender en un ambiente social propicio para ello. En un ciclo biocultural, aprendemos y enseñamos a lo largo de nuestra vida, como muestra la obra que ilustra esta Pieza, un mármol de Andrés de los Helgueros de mediados del siglo XVIII, que formó parte del proyecto decorativo para el Palacio Real de Madrid. La obra de Cesare Ripa (1555-1622) Iconología. Descripción de las imágenes universales (cuya primera edición es de 1593) nos ayuda a identificar en este relieve a varias disciplinas científicas, las cuales, en su representación clásica, son mujeres, siendo igualmente femenina la mayor parte de las cualidades abstractas (la razón, la perspicacia, la sabiduría, la imaginación, la invención…), como ha señalado Londa Schiebinger.
La mujer de la izquierda representa a la Aritmética que, según recoge Ripa en su obra, sostiene una tabla numérica, si bien en el mármol de Helgueros es un hombre con turbante quien la sujeta, quizás Pitágoras. Sostenidos por hombres o en el suelo se observan instrumentos (escuadra, regla, esferas, compás, quizá un astrolabio…) que pueden corresponder a la Medida y a la Astronomía, que en la edición de 1645 de la citada obra de Ripa aparecen descritas y dibujadas también como mujeres.
Pero fijémonos en la figura femenina central, que corresponde a la Matemática, una mujer acompañada de un niño o una niña. Siguiendo a Ripa, comprobamos que en su mano izquierda tiene una esfera armilar (con la Tierra en el centro y rodeada de las zonas y círculos en que se divide la esfera celeste) y, en la derecha, un compás con el que mide o dibuja una circunferencia sobre una tablilla o pizarra con números y figuras que sostiene el niño, al que está enseñando según la tradición iconológica. En el suelo, a su derecha, dos niños o niñas juegan con un tablero de Pitágoras, un cuadro de 9×9 casillas con las tablas de multiplicar.
Ripa indica en su obra que «[e]l conocimiento de estos principios [matemáticos] no debe posponerse a otra edad que la de la infancia, porque, aún para las mentes más torpes y menos aptas, se abre con él como una puerta a un hermoso palacio o jardín al que se entra en los años siguientes de la vida, y también sirve como instrumento para marcar en nuestro intelecto, que es como una hoja en blanco o tabla rasa, casi todas las cosas que, ya por los maestros, ya por los libros, se nos presentarán en el futuro.» (1645: 389). Retengamos la idea de Ripa: el aprendizaje modela nuestro intelecto mientras crecemos, una constatación literal de la moderna neurobiología.
Nuestros parientes primates tienen también prácticas culturales que se transmiten socialmente y de generación en generación. Pero jamás un adulto se preocupa en enseñar activamente a otro adulto, ni una madre a su propia cría. A este respecto, los seres humanos somos primates excepcionales: desde muy pequeños nos interesamos en lo que otros hacen, tengan nuestra edad o sean más mayores, sean o no miembros de nuestra familia. La obra de Andrés de los Helgueros lo muestra con los niños o las niñas que aparecen en el centro del relieve y también con los dos jóvenes que aparecen a la derecha, junto a una pareja de adultos.
Aprendemos sobre todo cuando compartimos experiencias con nuestros pares o con personas adultas, lo que denominamos «aprendizaje colaborativo». Y, claro está, aprendemos tan eficazmente porque se nos enseña activamente por medio del lenguaje, y no solamente por miembros de nuestra familia biológica, sino por muchas otras personas, en función de los sistemas socioculturales prevalentes en cada época y cultura. Este proceso de aprendizaje cultural ha sido extremadamente eficaz en nuestra historia evolutiva pues permite transmitir fielmente un conocimiento o una técnica pero igualmente permite innovar a través de la implicación y la cooperación entre miembros de un grupo. Es lo que denominamos «cultura acumulativa», que explica la aceleración paulatina del cambio cultural y tecnológico desde hace dos millones de años, que hoy es vertiginosa.
Michael Tomasello y su equipo en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig han demostrado que crías de chimpancés y orangutanes y bebés humanos rinden por igual en las pruebas destinadas a evaluar el razonamiento general no lingüístico y las facultades cognitivas tradicionales (como la inteligencia espacial o la cuantitativa), pero que los humanos somos muy superiores en las habilidades sociales, como la capacidad para aprender de otros y valorar las percepciones y deseos de los demás, así como en colaborar en objetivos comunes.
Muchas de las cualidades que asociamos con el esquivo concepto de «inteligencia» son en realidad aquellas que posibilitan el aprendizaje cultural en un grupo social amplio y estable: la paciencia y la perseverancia, la imitación y la emulación, o la curiosidad y la atención. Este abanico de facultades prosociales humanas nos permite aprender de gente mayor y de compañeros y compañeras de juegos, y constituye lo que llamamos «inteligencia cultural», que tan excepcionalmente describe la obra de Andrés de los Helgueros.
Carlos Varea y Pere Planesas Bigas son, respectivamente, profesor e investigador del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid y astrónomo jubilado, investigador en Astrofísica en el Observatorio Astronómico Nacional de España, el Instituto Tecnológico de California (Caltech) y el Observatorio Europeo Austral (ESO), en Chile.
Para saber más:
Ripa C. 1593, Iconologia overo Descrittione dell’Imagini universali. Disponible en su edición de 1645 en la Biblioteca Digital Hispánica de la BNE, de la que Pere Planesas ha realizado la traducción de la cita incluida (p. 389). Hay traducción de la edición de 1613 al español en Ediciones Akal (2007).
Herrmann E, Call J, Hernández-Lloreda MV, Hare B, Tomasello M. 2007. Humans have evolved specialized skills of social cognition: The cultural intelligence hypothesis. Science, 317(5843), 1360-1366.
Schiebinger L. 1988. Feminine Icons: The Face of Early Modern Science. Critical Inquiry, 14, 4:661-691. De esta autora, también sobre este tema, está disponible el libro ¿Tiene sexo la mente? Las mujeres en los orígenes de la ciencia moderna, Editorial Cátedra, colección Feminismos, de 2024.