Octubre 2019
‘Sacha Mamaguna’, las “Mamás de la selva” de Amupakin
Archidona, Alto Napo. Lidia llega a Amupakin a las dos de la madrugada del 26 de agosto de 2019, en medio de una tormenta tropical que sacude la Amazonía ecuatoriana, y que ha suprimido la red de luz eléctrica. Está embarazada de nueve meses y ha comenzado a sentir los dolores del trabajo de parto. Mamá Olga, la encargada del área de “La Casa para la salud”, consigue velas y comienza a atenderla. Primeriza y madre soltera, no se ha sometido ningún control prenatal. Ni siquiera está registrada en el servicio de salud de la provincia, siempre ha sido tratada por medicina tradicional. El resto de mamás (así se denominan a sí mismas) no tardan en acudir.
Forman lo más parecido a lo que podríamos llamar “Feminismo comunitario”. Sin embargo, ellas no necesitan ningún término semejante. Son las mamás parteras de la Asociación de Mujeres Parteras Kichwas de Alto Napo (Amupakin). Aprendieron de sus madres y abuelas la manera de atender un parto en la Amazonía ecuatoriana utilizando únicamente sus manos y utensilios hechos con materiales de la selva. Y hace 20 años hicieron una cosa muy necesaria y valiente: organizarse.
Ellas son yachak, el término kichwa que se refiere a las curanderas o chamanes. También dominan la medicina ancestral basada en tratamientos con plantas que cultivan ellas mismas, ofician ceremonias y dan consejos a los/as más jóvenes.
Las mamás practican el “parto vertical”, llamado así por incluir una serie de posturas de alumbramiento que evitan la posición horizontal. La parturienta puede ponerse de rodillas y sujetarse a una cuerda, sentarse en una silla con un espacio en el asiento o acomodarse sobre una partera que le ayuda aplastando su vientre. Mamá Adela, la más robusta, suele ejercer esta función. Ella dice: “En el hospital, los médicos esperan a que el bebé salga para cogerlo. Nosotras damos masajes y fuerza a la embarazada durante el tiempo que dure el parto.”
Después del expulsivo esperan 15 minutos hasta que el cordón umbilical deja de latir, lo cortan con un bisturí hecho de bambú y lo amarran con una cuerda extraída del árbol del plátano. Después, lo van a enterrar en la chacra (huerta), y plantan un árbol encima, en especial, la chonta, una palma. Dicen que el crecimiento y salud de ese árbol representará los del bebé.
En Amupakin no hay prisa para que nazca un niño/a, no hay oxitocina ni fórceps, solo sus manos. Han conseguido reducir el número de cesáreas que practican por su manera de realizar controles prenatales. Sus manos son ecógrafos que perciben casi a la perfección la posición del feto; y, en función de ésta, realizan masajes recolocando al feto.
Aun así, tienen claro hasta dónde pueden llegar con su trabajo. Se han hecho expertas en detectar una situación de riesgo y su protocolo de actuación pasa por llamar a una ambulancia que lleve a la parturienta al hospital.
Ellas hablan de la batalla entre la medicina tradicional y la occidental. Aunque ambas ven a la otra como una adversaria, nunca competirán en igualdad de condiciones. Los recursos que tiene la medicina occidental son claramente superiores. Mamá Ofelia, la actual presidenta de la asociación, menciona: “Al principio, las mujeres venían aquí más que al hospital. Cuando los encargados de salud se dieron cuenta de eso, empezaron a prohibirlo mediante una ley que no nos permitía ejercer. Decían que no teníamos papeles, que no éramos estudiadas, que éramos mamás tontas.”
La cultura kichwa presenta unos roles de género muy diferenciados: mientras que los hombres son cazadores, las mujeres siembran, recolectan, cuidan de la casa y de los/as niños/as. La planificación familiar no es algo conocido para las mamás de más edad: “Debíamos tener todos los hijos que Dios nos diese, completando la docena. Yo tuve 15 hijos”, dice Mamá María Tapuy, “Para nosotras los hijos significan compañía, porque solita no se puede estar. También significan apoyo; tenemos hijos para que ayuden cocinando, lavando y a trabajar en la chacra; para que produzcan”.
Su empeño por mantener viva su cultura conmueve e inspira a quien las conoce. Hablan y ejercen su profesión tal y como lo hacían sus antepasadas. Luchan por poder seguir atendiendo a pacientes de las comunidades vecinas, mujeres que sienten los hospitales lugares ajenos y, a veces, aterradores. Entienden su labor desde una responsabilidad personal: es por ello que se dejan llamar Sacha Mamaguna, “Mamás de la selva”.
Irene Aulestia Antón es graduada en Biología por la Universidad del País Vasco. Posteriormente, cursó el Máster Interuniversitario UAM-UCM-UA en “Antropología Física: Evolución y Biodiversidad Humanas”. En el verano de 2019, después de lograr una beca de Movilidad Internacional y Ciudadanía Global de la Oficina de Acción Solidaria y Oficina de Cooperación de la UAM, viajó a la selva ecuatoriana para vivir durante dos meses con la Asociación Amupakin. La imagen que ilustra esta Pieza del mes fue tomada en el transcurso del parto de Lidia, del que su autora fue testigo. Junto a Alejandro Herreros Garrido, Irene Aulestia ha contribuido anteriormente al MVEH con otra Pieza del mes, El embarazo adolescente en Bolivia: un desafío pendiente. Puedes consultarse también en el diversas Galerías del Espacio expositivo Mujeres y sostenibilidad Asociación de Mujeres Parteras Kichwas de Alto Napo (Amupakin), De la partería tradicional a la profesional y Remedios etno-botánicos (Ecuador).