Abril-Mayo 2019

La primavera de Kropotkin

La imagen que ilustra esta Pieza del mes —con una calidad limitada al provenir de una copia del original depositado en Biblioteca Nacional de Francia en Paris— corresponde a la primera página de la edición del 29 de abril de 1882 de la revista Le Révolté, una publicación anarquista («Organe socialiste», puede leerse en su cabecera) editada en Ginebra y fundada pocos años atrás por intelectuales revolucionarios gracias al apoyo financiero del geógrafo francés Elisée Reclus (1830-1905), también libertario, visionario de un urbanismo sostenible y ecológico. El texto es un obituario dedicado a Charles Darwin, fallecido diez días antes en su hogar de Down House, en el Reino Unido. Fue escrito por Piotr Kropotkin cuando contaba 40 años de edad.

Como señala el investigador Álvaro Girón —a quien debemos una excelente narración de la influencia del evolucionismo en el anarquismo español: En la mesa con Darwin. Evolución y revolución en el movimiento libertario (1869-1914)—, este texto muestra por primera vez explícitamente la conexión entre las preocupaciones científicas y el compromiso revolucionario de Kropotkin y su consideración de que la obra de Darwin y el evolucionismo, lejos de justificar la explotación bajo el epígrafe de la lucha por la existencia, constituyen «un excelente argumento» para la construcción de una sociedad libertaria, al aportar un sentido ético derivado de la evolución de la cooperación en especies sociales.

Pocos meses después de que escribiera el obituario de Darwin, en diciembre de ese mismo año, Kroptkin será detenido en Lyon (Francia) y encarcelado durante cuatro años en Clairvaux, una antigua abadía benedictina situada en el noreste francés. Asociado al deterioro de su salud, el periodo de reclusión en Clairvaux fue determinante para el retorno de Kropotkin al ámbito de la reflexión y la producción científicas durante las posteriores dos décadas de su exilio británico, sin abandonar por ello su compromiso revolucionario. Hasta su muerte en 1921 en su Rusia natal (a la que había regresado tras la Revolución de Febrero de 1917), Kroptkin será un hombre respetado tanto en los círculos académicos internacionales y grandes medios de comunicación de su época como en las células clandestinas revolucionarias de cualquier país, mundos que conectará a través de su propuesta de una lectura alternativa y transformadora del darwinismo.

Como escribirá en sus memorias, Kroptkin recuperará en Clairvaux su percepción de la naturaleza adquirida durante su servicio como militar en el extremo oriental del Imperio ruso, en la región del río Amur, que entre 1862 y 1867 recorrerá exhaustivamente. Su estancia en Siberia fue transcendental en su formación como naturalista y geógrafo, e igualmente en su concienciación política y su definitiva adscripción al anarquismo. En prisión leerá un texto del zoólogo ruso Karl F. Kessler, del que tomará el concepto de ayuda o apoyo mutuo. Kropotkin procurará desplazar de la centralidad del evolucionismo darwiniano a Malthus y la competencia agresiva entre miembros de una misma especie, e introducir la cooperación como el mecanismo esencial de evolución biológica por medio de la selección natural. Y para ello regresará al propio Darwin. Kropotkin había leído el Origen de las especies —que califica en sus memorias como «obra imperecedera»— siendo aún un adolescente y otorgará explícitamente a Darwin la inspiración esencial de su pensamiento académico, especialmente en su segunda gran obra de 1871, The Descent of Man and Selection in Relation to Sex (La ascendencia del hombre y la selección en relación con el sexo), en español publicada como El origen del hombre. Concretamente en el capítulo V de este libro, Darwin esbozará la idea que Kroptkin desarrollará en varias de sus obras —incluida la inconclusa Ética: origen y desarrollo—, que el origen de la moral humana se basa en la evolución de los instintos sociales de especies precursoras.

La obra que mejor representa este empeño es, sin duda, El apoyo mutuo. Un factor de evolución, publicada en 1902, y que fue en su origen una réplica en forma de varios artículos publicados en la prestigiosa revista británica The Nineteenth Century al texto de 1888 de Thomas Henry Huxley Struggle for Existence and its Bearing upon Man: «No hay infamia en la sociedad civilizada, en las relaciones de los blancos respecto de las así llamadas razas inferiores, o del fuerte respecto del débil, que no haya encontrado justificación en esta expresión […] [de] la lucha por la existencia».

Además de la relevancia dada a la cooperación, Kropotkin aportó ideas que hoy son centrales en nuestra comprensión sobre el surgimiento de nuestra especie, entre otras, la relación entre sociabilidad, desarrollo cognitivo y longevidad, que constituye uno de los ejes más fructíferos de la Teoría de Historia de Vida, o que la potencialidad de la condición humana en todos sus sentidos solo puede expresarse socialmente a través de nuestro prolongado ciclo vital, lo que requiere una aproximación biosocial a nuestra comprensión como especie.

Desde los años 50 del siglo pasado y hasta el presente, recurrentemente, las más preeminentes y socialmente comprometidas figuras científicas —de Stephen Jay Gould a Michael Tomasello—, resaltan la relevancia de las aportaciones de Kropotkin en el campo del evolucionismo y de la evolución humana. El biólogo británico Ashley Montagu (1905-1999) escribió en su libro Darwin: Competition and  Cooperation  (dedicado a Kropotkin) que El apoyo mutuo. Un factor de evolución era la primera elaboración exhaustiva y rigurosa sobre la contribución de la cooperación a la evolución humana, un «libro destinado —uno puede estar bien seguro de ello—a renacer, y cuya influencia, que aún tiene, es muy probable que se incremente muchas veces con los años».

Así es: las obras de Piotr Kropotkin son reeditadas una y otra vez, y sucesivas generaciones de lectores y lectoras regresan a ellas y a la figura de su autor para redescubrir su valía intelectual y ética, la vigencia de su legado. Una consideración errónea es que el compromiso revolucionario de Kropotkin lastró su obra científica. Todo lo contrario. La obra de Kropotkin es primaveral: retorna siempre vigorosa y bella, con un mensaje de esperanza.

 

Carlos Varea es bioantropólogo, profesor e investigador del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid, secretario de la Asociación para el Estudio de la Ecología Humana y co-director del Museo Virtual de Ecología Humana. En la edición de Pepitas de Calabaza de El apoyo mutuo. Un factor de evolución (segunda edición de 2018, que incluye por primera vez en castellano el obituario que Piotr Kropotkin le dedicó a Charles Darwin) ha contribuido con el texto “Kropotkin, Darwin y la evolución humana”. Junto a Barry Bogin, Michael Hermanussen y Christiane Scheffler ha recuperado la contribución científica de Kropotkin en el reciente trabajo Human life course biology: A centennial perspective of scholarship on the human pattern of physical growth and its place in human biocultural evolution. Junto a Antonio González Martín, profesor e investigador Departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución de la Universidad Complutense de Madrid, coorganiza las Jornadas Piotr Kropotkin y el debate sobre la naturaleza humana. La contribución de la cooperación en la evolución de nuestra especie (Madrid, abril y mayo de 2019).