Abril 2020

Inés de Ayala, partera de dos reinas, comadre del Siglo de Oro

Doña Inés Ramírez de Ayala aprendió el oficio de matrona de su madre. En los años veinte del siglo XVII depuso su testimonio en el proceso de beatificación de sor Mariana de Jesús, aduciendo la intervención milagrosa de la beata en varios partos difíciles (las monjas, entre ellas Santa Teresa, fueron muy solicitadas para estar presentes en un nacimiento), y en las cuitas que ella misma sufrió en la primera fase de su edad procreadora: varios niños mueren antes de cumplir los tres años, un malparto casi se cobra su vida. En 1638 Inés de Ayala entró a servir en la corte de Madrid y en las casas de las reinas Isabel de Borbón y Mariana de Austria; ayudó a traer al mundo a la futura reina de Francia, María Teresa y al último rey español de los Austrias, Carlos II. También asistió a las damas que dieron a luz vástagos del rey Felipe IV. Inés además aparece en los libros de bautismo de la parroquia de san Justo y Pastor porque en varias ocasiones administró el «agua de socorro» (un bautismo de emergencia) en un parto con peligro. Fundó un mayorazgo y murió en 1663 tan rica que la fama de su gran fortuna resonó hasta en la corte de Viena.

Su vida fue particular, pero no tanto. Varias comadres españolas alcanzaron fama y prosperidad, fueren protegidas y obsequiadas por la élite de su tiempo, incluso llevadas a otras capitales de Europa para ejercer su oficio. Estas mujeres estuvieron en el punto de mira de las cortes o de los embajadores de potencias extranjeras con sus malintencionadas intentos de sacarles los secretos de la vida sexual de la aristocracia —secretos de los cuales podía pender el destino de reinos e imperios—.

Matronas de la talla de Inés de Ayala constituyen casos interesantes de promoción social femenina, dan fe de la compleja interacción entre las élites y la gente común en el terreno de la obstetricia y de las primeras atenciones al niño. Tanto las matronas como las amas de cría pertenecían al círculo más íntimo de la casa de una reina.

Estudiamos una época en que el embarazo no es un hecho aislado y más bien solitario, ni mucho menos. En torno a una reina que estaba de parto se desenvolvía el milagro y reto de la renovación de la vida en todas sus fases y en las más variadas manifestaciones: celebración de la primera menstruación de una infanta, esperanzas de embarazo y desengaño causado por un malparto, partos prematuros, baños, exorcismos, peregrinajes, votos y otros mil remedios para salir del terrible estigma de la esterilidad, muertes de sobreparto y unos cementerios en donde de dos tumbas una se reservaba para un niño de corta edad.

Los diarios del tiempo hablan de maridos que apuñalan a sus esposas embarazadas por exceso de celos, de viejas ajusticiadas por haber recetado brebajes que causen abortos, de suposiciones de parto y sustituciones de niños perpetrados con la complicidad de la matrona.

La cultura festiva y el arte del Barroco, empero, nunca se rinden a los mil acechos de la muerte. ¡Celebrar la vida que siempre vuelve a nacer!: ¿no es este el mensaje de las fiestas de Venus con sus mil «ángeles» retozando en forma de bebés desnudos, de los niños Jesús orgullosamente presentados por la Virgen, de los villancicos, y tantas expresiones culturales más que tratan del nacimiento y que hoy vemos sin captar toda su significación existencial.

Acaso sea este el problema más arduo en el estudio de la historia del nacimiento: ¿cómo calibrar el factor humano, cultural —y por tanto siempre religioso en la época que nos interesa— en retrospectiva, en un terreno hoy todo ocupado, acaso usurpado, por la Ciencia? No basta examinar las raíces de esa u otra práctica médica (los orígenes de la cesárea, por ejemplo) y añadir que además de estos atisbos de pensamiento y tecnología modernos hubo mucha superstición, mucha reliquia y mucha santería. Hace falta un cambio completo de perspectiva. La religión con sus ritos, gestos y fórmulas no es adorno, no fue algo que se superpuso a lo médico, algo que incluso lo tapase y estorbara en su buena marcha. La religión se llevó en la carne y por tanto condicionó toda experiencia corpórea. Las invocaciones a la Virgen, por dar solo un ejemplo, proferidas por una Inés de Ayala, por la abuela y por las viejas acaso presentes en el parto, por la misma parturienta, se acoplaban al ritmo de los dolores y de las contracciones, al ritmo del nacimiento en fin. No reflejaban la experiencia fisiológica: eran parte inextricable de ella y, por lo tanto, la modelaron y la condicionaron.

 

Wolfram Aichinger enseña literatura y cultura españolas en la Universidad de Viena y dirige el Proyecto de investigación «The Interpretation of Childbirth in Early Modern Spain» (FWF Austrian Science Fund, P 32263-G30). Entre sus publicaciones recientes pueden leerse los trabajos El Siglo de Oro de la comadre. Testimonios de Inés de Ayala y Childbirth Rhythms and Childbirth Ritual in Early Modern Spain, together with some Comments on the Virtues of Midwives. En la actualidad, Aichinger está preparando publicaciones sobre referencias al parto en los libros de bautismo de Madrid y sobre parteras españolas en la corte de Viena.