Junio 2020
En tiempos de pandemia, breve historia de la vacunación
La ansiedad por disponer de una vacuna eficaz contra el SARS-CoV-2 pone de relieve la importancia de la vacunación, aunque la idea que tenemos de las vacunas sea, a veces, un poco simplista puesto que la capacidad de generar una respuesta inmunitaria suficientemente protectora y persistente depende de muchos factores. Por ello, tal vez valga la pena empezar por el principio y recordar como la humanidad ha ido desarrollando esta actividad preventiva tan anhelada, precisamente en la situación actual.
Cabe notar que una de las primeras grandes epidemias que afectan a la humanidad (después de las célebres plagas de Egipto, si creemos lo que nos cuenta el libro del Éxodo y para las que National Geographic ha encontrado una explicación verosímil) es la de viruela, que azotó el oriente asiático en el siglo VIII, algo que sabemos gracias al sistema de notificación de enfermedades de la dinastía china Tang. Probablemente, la interpretación de que las personas que habían padecido la viruela no volvían a infectarse estimuló la práctica de la denominada «variolización», un procedimiento muy antiguo que desde el siglo XIV está bien documentado, al menos en China. El método podía aplicarse de distintos modos, por ejemplo, vistiendo a los niños y las niñas con la ropa de los enfermos, o incluso inoculando —a veces con la ayuda de un alfiler impregnado en el pus de la lesiones de la viruela— el virus en una persona sana, la mejor manera de contagiar la enfermedad, desde luego, pero algunas de las «víctimas» de tal temeridad permanecían indemnes. Un efecto protector que analizaría Daniel Bernouilli, estimando que la esperanza de vida de la personas inoculadas era mayor que la de las no inoculadas, cálculo que le valió el premio de la Academia Francesa de Ciencias en 1760, además del reconocimiento a la primera evaluación objetivable de la posible eficacia de una intervención sanitaria.
A Europa la variolización llegó de la mano de dos médicos italianos, Giacomo Pylarini y Emmanuel Timoni, ambos conocedores de la práctica por haber trabajado en Constantinopla. Timoni además fue intérprete de lady Mary Montagu, la esposa del embajador inglés en el Imperio Otomano, quien por razones personales devino una ferviente promotora de la intervención. En España, el más destacado promotor fue un médico del Ejército, Timothy O’Scanlon, irlandés de nacimiento. Las polémicas entre partidarios y adversarios de la inoculación fueron en Occidente muy encarnizadas y hasta virulentas. En Massachusetts, en EEUU, por ejemplo, Cotton Mather (el reverendo puritano que se hizo tristemente célebre por los juicios a las brujas de Salem) protagonizaba la entusiasta defensa de la práctica, mientras que el médico William Douglas (citado por Adam Smith en su La riqueza de las naciones como personaje honesto y franco) la condenaba irremisiblemente. Sir Hans Sloane, a la sazón presidente del Royal College of Physicians y vicepresidente de la Royal Society, en el Reino Unido, se alineaba con Douglas. El debate se enriqueció con los estudios empíricos de James Jurin, secretario de la Royal Society, y de Zabdiel Boylston, ferviente inoculador bostoniano, presentados en una sesión del mes de julio de 1726 en la Royal Society presidida por Isaac Newton. Según los datos aportados, la letalidad por la viruela contraída naturalmente era entre siete y ocho veces mayor que la letalidad asociada a la inoculación, información que no amainó el debate hasta que pocos años después Edward Jenner, un médico rural sin pedigree académico pero muy al tanto de la controversia, descubrió el papel protector de la inoculación —en esta caso, con la linfa— de la viruela de las vacas, al constatar que quienes habían ordeñado vacas enfermas no se contagiaban de la viruela humana. Afortunadamente, el virus de la viruela de las vacas es mucho menos virulento en humanos, aunque no del todo inocuo, de modo que el balance entre la letalidad de la viruela humana y el atribuible a la viruela de las vacas resultaba todavía mucho más favorable que con la inoculación.
Sin embargo, las reticencias, dudas y hasta oposición a la vacunación contra la viruela no desaparecieron del todo, seguramente —en parte, al menos— como consecuencia de la imposición gubernativa al convertirla en obligatoria, pero probablemente también porque las condiciones en las que se llevaba a cabo la vacunación, hasta que se generalizó el uso de la lanceta y los procedimientos para mantener activa y segura la vacuna, facilitaban el contagio de otras infecciones.
La historia de las vacunaciones está jalonada por muchos otros episodios controvertidos, como el desgraciado «incidente Cutter», en el que, debido a una deficiencia en el proceso de inactivación de los virus de la poliomielitis, unos 200.000 niños y niñas recibieron una vacuna a la que se atribuyeron unos 200 casos de polio paralítica y 10 muertes, acontecimiento que ocurría durante la primera ola de vacunación masiva con la vacuna que Salk había conseguido apenas tres años antes, en 1952, y que fue objeto con éxito de uno de los mayores estudios epidemiológicos nunca antes llevados a cabo —ni después tampoco—. Este episodio serviría para establecer unas estrictas medidas de seguridad en la fabricación, pero no interrumpió los programas vacunales, seguramente porque la población valoraba mucho más la prevención de una enfermedad que pocos años antes había provocado decenas de miles de casos de poliomielitis paralítica.
Andreu Segura, epidemiólogo, Profesor titular jubilado de Salud Pública de la Universidad de Barcelona, fue fundador de la Sociedad Española de Epidemiología y de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS). Desde 1978 y hasta 2016, trabajó en el Departamento de Sanidad del gobierno autonómico de Catalunya, periodo durante el cual se ocupó sucesivamente de las estadísticas sanitarias, del boletín epidemiológico, del programa de prevención del SIDA, del Instituto de Salud Pública, del Plan Interdepartamental de Salud Pública y del Proyecto COMSalud, colaborando al tiempo en la docencia de las escuelas de Salud Pública españolas. Actualmente, es coordinador de los grupos de trabajo sobre ética y sobre iatrogenia de SESPAS, editor invitado de Gaceta Sanitaria y vocal del consejo asesor de Salud Pública y del Comité de bioética de Catalunya.
Sobre la figura de Timothy O’Scanlon puede leerse el trabajo de Pilar León Sanz y Dolores Barettino Coloma «La polémica sobre la inoculación de las viruelas», incluido en el libro Vicente Ferrer Gorráiz Beaumont y Montesa (1718-1792): un polemista navarro de la Ilustración (Gobierno de Navarra, 2007), de donde está tomada la imagen que ilustra esta Pieza.