Los cordones umbilicales de la familia de Harrach
V Acogida y primeros vínculos
En el archivo condal de la familia de Harrach se conservan tres objetos de la primera mitad del siglo XVIII tan sorprendentes como singulares: los cordones umbilicales de tres hijos de la familia, de Maria Rosa Josepha (nacida en 1721), de Josef Ernst Xaver (nacido en 1722) y de Ernst Guido (nacido en 1723). ¿Con qué propósito se guardaban estos remanentes físicos en la Edad Moderna?
Los cordones umbilicales tenían un valor fuertemente simbólico que sobrepasaba con mucho su mera función orgánica. Se guardaban como símbolos de fertilidad o amuletos protectores. Desde mediados del siglo XVII, junto con la placenta, se enterraban los cordones bajo diferentes árboles para moldear los rasgos de carácter de la criatura o bien, con futuros embarazos en mente, para influenciar el sexo de la descendencia venidera. Si se enterraba bajo un laurel, por ejemplo, el niño llegaría a ser un adulto valiente y audaz. Si los padres deseaban concebir una hija, lo colocaban bajo un manzano; si tenían esperanzas de tener un hijo, lo enterraban bajo un peral.
Durante el embarazo, se creía que ciertos eventos, objetos y factores externos eran capaces de transmitir sus atributos al feto, en lo que podríamos llamar una analogía física. Llevar anillos o collares serviría para manipular la posición del cordón umbilical, por ejemplo. Las mujeres embarazadas evitaban pasar por encima de ruedas y lanzas de carro, pasar por debajo de cuerdas o tocar una rueca, pues esto provocaría que el cordón umbilical se enrollara alrededor del cuello del bebé.
Después del parto, cortar el cordón umbilical representaba un momento crucial. Si la comadre actuaba con descuido, podía provocar una inflamación peligrosa que pondría en riesgo la nueva vida.
El niño nutrido a través del cordón umbilical de la imagen, Ernst Guido, vivió hasta casi los sesenta años. Fue uno de dieciséis vástagos de Friedrich August y Maria Eleonora von Harrach. La numerosa descendencia de los padres podría haberse entendido como prueba del poderoso efecto del cordón como el vínculo primordial entre madre e hijos. [Christian Standhartinger]