«’Si mater in partu moritur, incidatur’»: la cesárea postmortem
IV El paso al mundo
«… [E]staba ya el cirujano en la casa, aguardando que la mujer espirase para abrirla al punto y socorrer la criatura a tiempo que pudiese recibir el agua del santo bautismo». En Vida, hechos y doctrina del venerable hermano Alonso Rodríguez se relata cómo la agonía de una mujer durante el parto conmovió al jesuita Alonso Rodríguez (muerto en 1617). No podemos dejar de notar el comportamiento del cirujano, esperando a aprovechar el momento de la muerte de la mujer para abrir su vientre y extraer al niño, y así poder bautizarlo y salvar su alma.
Varias partes del Corpus Iuris Civilis de Justiniano (siglo VI) contienen referencias a la extracción quirúrgica del feto del seno de una madre muerta, con implicaciones concernientes a la transmisión de herencias, a pesar de que la literatura médica de la época no menciona ningún caso concreto.
El procedimiento se empezó a practicar en la Edad Media por motivos teológicos, debido a la prohibición de inhumar en tierra consagrada a una mujer con un feto aún «pagano» en su interior. Después, los teólogos empezaron a interesarse por la salvación del alma del feto.
La sección del abdomen de una mujer muerta se realizaba también de acuerdo con el derecho civil: en efecto, si el feto mostraba el más mínimo signo de vida tras la extracción, el marido heredaba las propiedades de la madre sin obligación de devolverlas a la familia de la fallecida. En torno a la incisión ventral de una madre surgieron varios mitos, tal vez el más importante de ellos fue el nacimiento de Julio César. Una mala interpretación del pasaje de la Historia natural de Plinio llevó a considerar que Julio César fue el primer niño nacido de esta forma. Basándose en esta leyenda, el cirujano François Rousset, quien escribió por primera vez en 1581 sobre la sección del vientre de una mujer aún en vida, llamó a la nueva operación incisionne Caesarienne (incisión cesárea). [Alessandra Foscati]