Los santos protectores: estampas y reliquias

Los santos protectores: estampas y reliquias
Entre 1701 y 1800. Estampa de San Ramón Nonato. INVENT/30066. Anónimo © Biblioteca Nacional de España, Biblioteca Digital Hispánica

Los santos protectores: estampas y reliquias

IV El paso al mundo

 

Los estudios de demografía histórica han demostrado que la mortalidad materna durante el parto supuso en torno al 1 por ciento de los casos en la Europa occidental entre los siglos XVI y XVIII, una cifra relativamente baja. No obstante, el historiador no puede eludir las preocupaciones, las emociones, los miedos o las esperanzas de las madres al dolor, al sufrimiento o a la muerte en el momento del parto transmitidos durante generaciones. Los relatos hagiográficos nos hablan de mujeres oleadas, es decir, que durante o inmediatamente después del parto habían recibido el sacramento de la extremaunción ante lo que se creía una muerte segura; se refieren a los dolores insufribles de una mujer que no podía expulsar a su criatura, a la pérdida de sangre, a la desesperación y falta de fuerzas, a la muerte de la madre, del niño, o de ambos.

Para superar este momento, para «ayudar a bien parir», las parturientas contaron en el mundo católico con un gran número de santos y vírgenes que les sirvieron para enfrentarse a aquel momento. La mujer, con la colaboración de la comadre, rezaba e imploraba a los santos de su devoción, se rodeaba de estampas devocionales y, en los casos más graves, podía hacerse traer reliquias de aquellos santos especializados.

Entre todos ellos cobró una especial importancia San Ramón Nonato, fraile mercedario del siglo XIII y canonizado en 1657, quien, al haber perdido a su madre en el parto (fue extraído del vientre de su madre cuando está ya había fallecido), se convirtió en un gran intercesor y en autor de numerosos milagros. Las mujeres solían tener «estampas y agua bendita pasada por su reliquia» como posible «antídoto» ante un difícil parto. Y se rezaba: 

«¡Oh piadosísima Virgen María de los Remedios! Suplícote por las entrañas dulcísimas de tu piedad, oigas a las afligida que te llama, y por el que sin dolor pariste y por los méritos de tu siervo san Ramón, cuyo nacimiento fue milagroso, me favorezcas en este parto, que yo te ofrezco ser humilde esclava tuya, para mejor servir a tu Unigénito Hijo Cristo redemptor nuestro. Amén».

Gracias a los santos y sus reliquias, gracias a Vírgenes y Cristos las mujeres contaron con una asistencia espiritual, y psicológica, en un momento en el que eran emocionalmente vulnerables, en el que se debatían entre la vida y la muerte. [Jesús María Usunáriz Garayoa]