El nacimiento póstumo, bajo sospecha
II La muerte que precede a la vida
Una mujer noble está dando a luz en un cuarto de la casa materna; solo hay una puerta para entrar o salir y tres luces encendidas. Mientras las parteras se afanan con manos expertas, testigos esperan en el cuarto y la antesala aguardando al primer llanto del recién nacido. A la escena la precede la muerte del padre, sucedida siete meses antes, poco después de contraer matrimonio. Asistimos, pues, al nacimiento de un hijo póstumo, cuyo futuro depende de la situación familiar y la meditada actuación de su madre. ¿Había anunciado el embarazo antes de la muerte de su marido? ¿Incluyó el padre al póstumo en su testamento? ¿Cuántos meses habían pasado entre su muerte y el nacimiento? ¿Cuántos años tiene la viuda? ¿Es el primogénito? ¿Están en juego una gran herencia o título nobiliario?
Las respuestas a estas preguntas configurarían la imagen de la viuda a ojos de su familia política y de los ojos ajenos. Jurisconsultos como Alonso Carranza o Alonso Pérez de Lara dedicaron páginas y páginas a cuestiones como la duración de la gestación y los indicios de embarazos verdaderos o fingidos. Un hijo podía ser una fuente de poder y seguridad para la viuda, por lo que se temía que estuviera tentada de introducir un bebé ajeno en la línea de sucesión sobornando a una matrona. El lugar del parto y la compañía podrían despertar sospechas sobre la viuda y el hijo póstumo a quienes creyeran ver caer su herencia en las manos equivocadas del nuevo heredero. La familia política podía tomar medidas para proteger o incluso imponer sus derechos, pero la viuda embarazada tampoco carecía de medios para defenderse. Esta podía recurrir, por ejemplo, a un notario para que dejara constancia de su embarazo y parto. Al tomar estas precauciones, se armaba con la palabra escrita contra cualquier rumor de ilegitimidad que amenazara su futuro y el de su hijo. [Alice Dulmovits]