Objetivo 2: Hambre cero
El hambre afectaba en 2016 a alrededor de 815 millones de personas, cifra que debe avergonzarnos profundamente y que, una vez más, no se distribuye equitativamente por el mundo, afectando básicamente a países del África Subsahariana y de Asia Meridional, y habiendo aumentado en América Latina y el Caribe, tras décadas de disminución.
Mientras, en los países occidentales se produce un 300% más de lo que se necesita y 1.300 millones de toneladas de alimentos se desperdician anualmente, provocando grandes pérdidas económicas y un grave daño a los recursos naturales. Y si el retraso en el crecimiento y la emaciación afectan a decenas de millones de niños en medio mundo, el sobrepeso y la obesidad hacen lo propio en el otro medio.
A la vez que se persiguen las metas de duplicar la productividad agrícola y los ingresos de los productores de alimentos a pequeña escala, o de asegurar la sostenibilidad de los sistemas de producción de alimentos, es imprescindible que en los países más desarrollados se reduzca de forma drástica el consumo de carne, liberando tierras de cultivo para la producción de alimentos y disminuyendo el gasto de agua y el uso de fitosanitarios.
Mientras tanto, iniciativas como la cría de insectos y otros invertebrados como fuente de proteínas, o la fabricación de carne in vitro, pueden ser menos futuristas de lo que parece.
La principal meta del Objetivo 2 (Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible) es, poner fin al hambre en 2030 y asegurar el acceso de todas las personas a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año.