La historia que alberga el paisaje
Los testimonios de habitantes de Los Hurones dibujan una comunidad obrera que vivía por y para el trabajo. Luis Prieto (Belmonte, Cuenca, 1936), mecánico de automóviles en esta presa desde 1950, se jubiló en la presa de Contreras (Cuenca): «He trabajado cuarenta y seis años. Entré de aprendiz y terminé de jefe de talleres. Los mecánicos éramos todos fijos y se portaban bastante bien, dentro de lo que había. Pero había que cumplir. Yo y todos mirábamos la empresa como si fuese nuestra».
La organización del poblado obrero reproducía la estructura de clases y género prevalente en la sociedad del momento. María Fernández (San José del Valle, 1949) vivió su niñez en Los Hurones, donde su padre trabajaba como pintor:
«Las casas de los ingenieros eran para nosotros algo prohibido. Era como un misterio. Justo arriba del colegio estaba el secreto: desde la ventana veíamos árboles llorones y un jardín muy bien cuidado. Yo lo llamaba los ricos. Ellos tenían criadas que iban con su uniforme. Yo veía que aquel hombre bien vestido con chaqueta y unos planos en la mano era de los que mandaban. Los demás iban con mono, sucios de trabajar…».
La empresa contrataba sólo al personal directamente relacionado con la obra o con el sostén del poblado. Muchos trabajos se ejercían sin contrato: es el caso de la costura y lavado de la ropa de los técnicos y obreros, la cocina, limpieza y cuidados en casas del personal especializado. La escasa remuneración forzaba a sumar a niños y niñas al mundo laboral y a completar ingresos con dobles jornadas y con la recolección de productos del campo, caza y pesca. La fotografía nos muestra un discreto poblado en un entorno montañoso rodeado de frondosos bosques de quejigo y encina —una imagen apacible que guarda una dura historia.