Hécate, la gran diosa de las tinieblas
I. Divinidades femeninas asociadas a la magia
Desde la Antigüedad, la diosa Hécate ha estado rodeada de misterio. Sin historia mítica propia, Hécate es reconocida principalmente por sus atributos y su poder sobre cielo, tierra y mar. Protege y beneficia a quienes la adoran, es una diosa nutricia y sanadora —la llaman «Salvadora» —, y muchos estudiosos la identifican como una de las figuraciones de la Gran Diosa, imagen de la fertilidad y la energía femenina. Comparte rasgos de otras diosas con las que se la identifica, como Ártemis (siempre acompañada de perros y lista para la caza), Perséfone (Hécate guio a Deméter durante la búsqueda de su hija, iluminando el camino con sus antorchas) o incluso Selene (deidad lunar que rige las noches). Y como ellas, Hécate también fue protectora de las mujeres jóvenes, de los embarazos y de los alumbramientos.
Pero su inmenso poder suponía una amenaza para el patriarcado, y, a partir de su fuerte vínculo con el inframundo (ya los Himnos Homéricos presentan a Hécate como compañera de la ya mencionada Perséfone, pues camina con libertad por el mundo de los muertos), fue definiéndose como reina de las sombras, diosa de la hechicería y la necromancia, y madre de una reconocida estirpe de magas, como Circe y Medea, según apuntan algunas fuentes. Como diosa de territorios ignotos, era frecuente encontrar máscaras y estatuas suyas en las encrucijadas de caminos, lugares fronterizos donde también era posible invocarla para lograr su protección durante el viaje. Con frecuencia se la representaba como una diosa con tres cabezas (la doncella, la madre, la anciana; el pasado, el presente y el futuro). Su animal protector era el perro, e incluso ella misma era conocida como «La Perra» y podía adoptar esta forma (el ladrido de los perros, decían, anunciaba su llegada). Su símbolo, la luna.
Ana González-Rivas