Monumentos funerarios de madres e hijos

Monumentos funerarios de madres e hijos
Arriba: 1622. Monumento funerario de Elizabeth Williams. Samuel Baldwin. Capilla de Nuestra Señora, catedral de Gloucester, Gloucester (Reino Unido). Izquierda: 1826. Cenotafio de la princesa Charlotte de Gales. Matthew C. Wyatt. Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor. Windsor (Reino Unido). Derecha: 1751. Tumba de María Magdalena Langhans. Johann August Nahl. Iglesia de Hindelbank, Bäriswil, Berna (Suiza)

Monumentos funerarios de madres e hijos

VI Nacer, morir, volver a nacer

 

Dados los peligros asociados al embarazo y al parto, así como las altas tasas de fallecimientos existentes para madres e hijos, no era extraño que se produjera la muerte de ambos con pocas horas, o días, de diferencia. Por lo tanto, no era extraño que madre e hijo fueran enterrados juntos, especialmente si este último había vivido lo suficiente como para administrarle un bautismo de urgencia o la llamada «agua de socorro», que le hubiera vinculado a la iglesia oficialmente antes de su fallecimiento. En ocasiones, el bebé era enterrado junto con su madre en su mismo sarcófago o ataúd, en una tumba marcada únicamente como perteneciente a la adulta difunta, sin que se hiciese referencia explícita al bebé fallecido que reposaba eternamente con ella. Pero en otros casos se relataban las circunstancias del fallecimiento de la madre, y se aludía a la existencia de ese infante que la acompañó a la tumba. Como ejemplo de este último caso, presentamos aquí tres monumentos funerarios de mujeres que fallecieron de parto durante la Edad Moderna y que fueron enterradas en monumentos funerarios donde también se representaba a sus difuntos hijos. 

El primero de ellos es el monumento funerario de Elizabeth Williams, conservado en la catedral de Gloucester. Falleció en el parto a los diecisiete años, junto con el bebé al que dio a luz. Su padre, y abuelo del bebé, el obispo Miles Smith, comisionó este monumento en el que la madre aparece tumbada de lado y apoyada sobre el codo, representada como si estuviese viva. Junto a su rostro, encontramos la imagen de un bebé enfajado que hace referencia al infante difunto enterrado con ella, representado como si siguiese con vida.

En segundo lugar, podemos ver el impresionante cenotafio comisionado en recuerdo de la princesa inglesa Charlotte de Gales, fallecida en 1817 como consecuencia de un difícil parto en el que su hijo nació ya muerto. La princesa Charlotte era la única hija del todavía príncipe de Gales, el futuro rey Jorge IV, y la única nieta legítima del rey Jorge III, por lo que se esperaba que algún día se convirtiese en la sucesora al trono de Gran Bretaña. La falta de descendencia legítima de la numerosa prole de Jorge III había provocado una gran expectación respecto al futuro reproductivo de la joven princesa tras su matrimonio con Leopoldo de Sajonia-Coburgo. Así, la muerte de Charlotte, con tan solo veintiún años, junto a su hijo, provocó también una crisis dinástica y nacional. Esa expectación inicial, así como el luto nacional posterior, hicieron que se comisionaran numerosas obras artísticas que representaban a la princesa cuando estaba embarazada, y su posterior ascenso a los cielos junto con su bebé tras su temprana muerte. La princesa fue enterrada en el mismo ataúd que su hijo, depositado a sus pies, y el precioso cenotafio de Matthew C. Wyatt fue sufragado mediante donaciones públicas. En él aparece el cuerpo de la princesa, oculto por un sudario, mientras que su alma asciende hacia los cielos, junto con la de su hijo, que se encuentra en los brazos de uno de los ángeles que la acompañan. 

Por último, tenemos también la imagen del impresionante monumento funerario de María Magdalena Langhans, de Johann August Nahl. El monumento no aparece, en su ubicación original, como lo vemos aquí, pues se encuentra en horizontal sobre el suelo de la iglesia, de forma que parece que madre e hijo emergen desde el mismo suelo. María Magdalena era la esposa del pastor Georg Langhans y falleció dando a luz a su primer hijo a los veintiocho años. El niño murió a las pocas horas y ambos fueron enterrados juntos. Nahl diseñó para ellos este monumento, uno de los más impresionantes y célebres del siglo xviii, en el que ambos rompen las ataduras de la tierra y del sepulcro que los contiene en el momento de su resurrección, tras la segunda venida de Jesucristo, como los inocentes que eran en el momento de su muerte. [Rocío Martínez]