Epílogo: una cultura milenaria que desaparece
Como humanos, asistimos a un momento importante de nuestra trayectoria histórica etnobotánica y etnoecológica. No es exagerado decir que, al menos en los países más favorecidos, se acaba una última generación de personas relacionadas íntimamente con la naturaleza y el medio. Nuestros hijos e hijas, y nietos y nietas, sin duda, no conocerán esos modos de vida del pasado, ni esa sabiduría popular; no conocerán los mismos paisajes agrarios tradicionales, solo en los museos y bibliotecas podrán ser imaginados.
Otros mundos vendrán o ya están aquí, y son muy interesantes y novedosos igualmente, pero distintos. Porque por encima de todo siempre estará el genio humano y su capacidad creativa; pero lo que es indudable es que la globalización está acabando con una cultura milenaria que desaparece para siempre y que no sabemos qué consecuencias y perdidas culturales traerá. Evaluar su pérdida, por ejemplo en etnovariedades de cultivo o procesos de manejo de las plantas y de los paisajes, será labor de futuro.
La generación del ingenio, del saber vivir de la naturaleza directamente, conviviendo con ella en armonía e inteligencia, aquella que cuenta solo con las manos y el cerebro para crear, ya no serán lo mismo en los países de nuestro ámbito. Ahora solo sabemos apretar botones, o llamar por teléfono a que vengan y nos arreglen las cosas; ahora el cerebro elige entre las opciones que te da la máquina, la web o internet (lo cual no es poco), pero la creatividad de enfrentarse a la naturaleza sin saber respuestas o de crear con un lápiz a mano alzada sobre un papel en blanco, ya no se lleva ni apenas se practica. Y en esto los estudios etnobotánicos tienen mucho que decir, como tales y como herramienta de trabajo de la Ciencia de la Ecología Humana, síntesis interdisciplinar de todas las ciencias. Valga como ilustración esta Exposición.
Como epílogo final de estas ideas apenas esbozadas, mostramos las imágenes de unas manos curtidas por el tiempo de José Antonio Pineda atando una escoba de biércol (Calluna vulgaris) con piel de zarzamora (Rubus ulmifolius s.l.), así como la imagen de Jesús González García, natural de Navalosa (Ávila), sentado en el poyete de un barrio de la gran ciudad, esperando a que llegue la primavera para que le lleven sus hijos a su pueblo, y volver. Mientras, en invierno, Jesús se entretiene haciendo cestos en miniatura con palitos y ramitas de olmo siberiano urbano (Ulmus pumila), que él mismo colecta y prepara, así como haciendo unos yugos de madera en miniatura de uncir las vacas, que fabrica con su navaja, que fabrica con su navaja y regala a las personas con las que charla en los parques del barrio. Ahora le han cambiado la boina de siempre por la gorrilla típica irlandesa o centroeuropea de kangaroo.