Diferencias de sexo y desigualdad de género en la expresión de los procesos biológicos
Las diferencias sexuales se refieren a características anatómicas y fisiológicas que singularizan a hombres y a mujeres, que se manifiestan en aspectos físicos, fisiológicos y conductuales relacionados con la reproducción, con el ritmo de desarrollo y del envejecimiento —que es más lento en hombres que en mujeres— y con la sensibilidad frente a factores ambiéntales (la denominada «ecosensibilidad»), que es mayor en los hombres. Estas dos últimas características están relacionadas con el mayor número de nacimientos de niños que de niñas, y con la mayor morbimortalidad masculina en todos los grupos de edad.
La diferente sensibilidad de hombres y mujeres a factores ambientales es una propiedad compartida con otros mamíferos, que va ligada a sus respectivas contribuciones a la reproducción. La necesidad de proporcionar ambientes estables a embriones, fetos y lactantes es fundamental. En nuestra especie, cada descendiente requiere un mínimo de seis años de desarrollo protegido en un ambiente estable y seguro (nueve meses de embarazo, dos o tres años de lactancia, y otros tres de total dependencia nutricional y emocional, hasta el final de la infancia). La mayor «ecoestabilidad» femenina se expresa en su mejor capacidad para hacer frente a situaciones de infección, de carencia o exceso nutricional, que, en igualdad de condiciones ambientales, se traduce en sus menores tasas de morbimortalidad por edades y en su mayor esperanza de vida.
A igual edad cronológica la mujer tiene desde su nacimiento una edad fisiológica más avanzada, menor tamaño, diferente composición corporal (proporcionalmente más grasa y menos músculo) y, por tanto, menores requerimientos nutricionales excepto durante el embarazo y el período de lactancia. Las mujeres son más longevas y mientras mantienen su capacidad reproductora presenta un perfil hormonal con elevada concentración de estrógenos. Las diferencias en el proceso de envejecimiento reproductor son especialmente llamativas, porque en ellas, además de la reducción funcional de los órganos reproductores que acompañan al envejecimiento, también pierden la capacidad reproductora cuando les queda por cubrir un tercio de su ciclo vital potencial.
Las diferencias en esperanza de vida entre hombres y mujeres y sus tendencias temporales son un ejemplo clásico de interacción entre sexo y género. A lo largo de nuestra historia biológica —y todavía en algunas poblaciones más desfavorecidas— las mujeres tienen en las edades iniciales y finales de la reproducción una menor esperanza de vida que los hombres, asociada con la elevada mortalidad materna. Incluso en determinadas poblaciones (sobre todo asiáticas: India, Bangladesh, Nepal) la esperanza de vida de la mujer fue menor o igual que la de los hombres, tanto al nacer como en todos los grupos de edad, hasta finalizar la reproducción, debido también a un factor de género relacionado con la menor valoración social de las mujeres, que las condena a una peor situación nutricional, de atención sanitaria y educativa, así como a una temprana incorporación al trabajo y al matrimonio. [Cristina Bernis]