Bucarofagia
I Procreación
En este detalle de «La familia de Felipe IV» de Velázquez, la menina Maria Agustina Sarmiento pone en la mano de la princesa Margarita de Austria un búcaro sobre una bandeja de plata. Con este gesto, el pintor inmortalizó una moda aristocrática que tuvo gran popularidad entre las damas de más alta alcurnia del Siglo de Oro.
La costumbre consistía en la ingestión de búcaros de barro, un tipo de recipiente para conservar, aromatizar y enfriar el agua. Las vasijas se llenaban de agua, el líquido permeaba la arcilla y el contenido se enfriaba al cabo de un tiempo mediante un proceso termodinámico semejante al de un botijo. Las señoras de la corte acostumbraban a beber el agua fresca y «comerse el recipiente» después. Diversas eran las razones que llevaban a estas mujeres a ingerir un material incomestible y con peligrosos efectos secundarios.
La blancura del cutis, por ejemplo, era un rasgo muy deseado en la época, y el consumo de estas piezas de alfarería ayudaba a conseguirla, aunque lo hiciera como consecuencia de la anemia pues, al cubrir la arcilla las paredes intestinales, se impedía la normal absorción del hierro. También favorecía la delgadez, pues lo mismo ocurría con otros nutrientes esenciales. Asimismo, las practicantes de la bucarofagia recurrían a ella como método anticonceptivo, ya que podía llegar a interrumpir el ciclo menstrual a causa del estrés al que se veía sometido el cuerpo. Esto no era óbice para que también gozase de cierta popularidad como tratamiento para favorecer la concepción, pues se creía que el barro obstaculizaba el flujo humoral; esto prolongaría el contacto entre el semen masculino y el óvulo femenino, lo que incrementaría la posibilidad de fecundación.
El consumo habitual de búcaros podía acabar en opilación; esto es, la imposibilidad de asimilar los fragmentos de arcilla terminaba ocasionando una oclusión intestinal. Tampoco eran raras las muertes por fallo hepático, pues el barro también llegaba a congestionar las vías biliares. [Kurt Kriz]